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Las palabras pronunciadas ayer por el Rey en la apertura del curso universitario en Oviedo no pueden tener otro significado que el de, ante los últimos ataques de que viene siendo objeto la Monarquía, recordar ante la opinión pública las principales razones que la legitiman. No son gratuitas, por tanto, las alusiones de don Juan Carlos al largo período de estabilidad, prosperidad y democracia que vive España desde que asumió la Jefatura del Estado.

La intervención del Monarca es adecuada para recordar el eficaz papel que la institución que representa tiene en la España actual, más cuando desde los sectores más radicales se ha iniciado una clara ofensiva que trata de poner en un claro aprieto al Gobierno, que debe oscilar entre la defensa de la libertad de expresión y, al mismo tiempo, de la Constitución vigente, que consagra la Monarquía parlamentaria.

De todos modos, el hecho de que el Rey haya considerado oportuno hablar denota una clara preocupación por el devenir de los últimos acontecimientos. Los llamamientos a la unidad del España se están convirtiendo en una constante en los últimos discursos tanto de don Juan Carlos como del príncipe de Astúrias, circunstancia que no puede pasar desapercibida tras las proclamas del lehandakari Ibarretxe en favor de un referendum sobre la autodeterminación del País Vasco.

El papel histórico y positivo de don Juan Carlos al frente de la Jefatura del Estado es ya incuestionable. La trayectoria de su mandato ha tenido y tiene el apoyo mayoritario del pueblo español. No existen indicios que inviten a pensar que sea oportuna y necesario replantear la fórmula y la figura del jefe del Estado. Hacer lo contrario es querer jugar con fuego.