Rosarios.

TW
0

Por Tots Sants, se mantiene todavía la tradición de comer buñuelos, que ha comenzado la víspera de las Vírgenes (‘revetla de les Verges’). La poetisa Maria Antònia Salvà recuerda lo que mucha gente hace ese día: «Per Tots Sants seran bunyols...». Además de los buñuelos, los ‘panellets’ y las castañas tostadas son manjares típicos de la fecha; una noticia del Diario Constitucional de 1850 nos sugiere el origen de la costumbre: «Panellets de mazapán como los que se acostumbran en Barcelona el dia de Todos los Santos se venden en la confitería de Frasquet delante de San Nicolás». El refrán popular «Per Tots Sants, castanyes i caragols amb banyes» ilustra sobre el frío y la humedad que empieza a hacer intensamente al llegar el mes de noviembre.

El diario de 3 de noviembre de 1895 insiste en el éxito de los buñuelos y panellets: «No han sido únicamente los templos y los cementerios que se han visto favorecidos ayer y anteayer por una multitud de personas: la devoción de unos y el apetito de muchos favoreció las buñolerías y las confiterías de esta ciudad, en términos de haberse visto apuradas las primeras para servir los pedidos que se hacían y de haber concluido las existencias de panellets las últimas. Parece que los sufragios para los difuntos se hacen mejor con el acompañamiento de alguna golosina o de aquella fruta de sartén».

El mismo diario recuerda la antigua costumbre de comer granadas: «todavía hubo quien practicó la antiquísima tradición de ir a comer granada según la practicaban nuestros antepasados, mezclando con esta costumbre un poco campesina, la piadosa creencia de que por cada grano de dicha fruta que se comía, salía una ánima del purgatorio. La costumbre se ha perdido casi enteramente, acaso más por falta de granadas en los predios y heredades de estas inmediaciones, que por falta de gana en las gentes del pueblo de continuar aquella práctica».

En Mallorca, tenían especial tipismo los rosarios de Todos los Santos. Era tradición -y todavía hoy, pero en decadencia-, que los «padrins joves» (padrinos de Bautismo) regalaran a sus ahijados unos rosarios azucarados y de colores diversos y vivos; presentaban una sarta de frutas confitadas, ‘carabassat’ (calabazate), bombones y panellets. Los niños se paseaban todo el día con el rosario pasado por el cuello. El diccionario Alcover-Moll define brevemente estos rosarios dulces: «Ensarta de bombones o piezas de dulcería, que es costumbre de regalar a los niños por Todos los Santos», señalando que es una tradición especialmente conocida en Palma, de donde habría pasado a el resto de Mallorca.

Gaston Vuillier, en la obra publicada en 1893 pero escrita a lo largo de su viaje a Mallorca en 1888, recuerda la tradición de los rosarios: «Estábamos en la víspera de Todos los Santos. Desde mi llegada, veía en las plantas bajas de las casas, mujeres y jovencitas ocupadas febrilmente en ensartar granos de rosario a unos cordeles: esos granos, enormes y de colores variados, unos eran de azúcar o de frutos confitados, y otros de pasta azucarada. En el punto donde normalmente se cuelga la cruz bendecida, se veía un pez de azúcar adornado con dibujos, un corazón de pasta de membrillo, incluso una cruz de honor de chocolate. El día de Todos los Santos es costumbre en Palma, y en las aldeas y pueblos de la isla, dar a los niños uno de estos rosarios, seguramente para iniciarlos en las dulzuras de esta devoción...».

El diario de 25 de octubre de 1895 recuerda con ironía, por los gastos que supone, la tradición de los rosarios, que ya se había convertido, por lo visto, en un tema consumista: «A penas si nos acordamos de que mañana en ocho días es la conmemoración de los fieles difuntos y ya hace dos o tres que se exhiben en muchos mostradores y tiendas de comestibles rosarios hechos con cuentas de bizcocho, mazapán, confituras, garapiñas y otros comestibles, todo para tentar a título de devoción la de los perqueñuelos y su indiscutible afición a los dulces. Hay épocas que traen el desconsuelo a cierta clase de personas: la Epifanía, la feria de Ramos, la fiesta de Todos los Santos, Navidad… en tales temporadas no se puede ser padre, padrino ni padrastro; ni hasta tío se puede ser».

El escritor y artista rosellonés Louis Codet describe el día de Todos los Santos del año 1911 en Palma, haciendo referencia a los rosarios y a los buñuelos: «Conservo un recuerdo encantador del día de Todos los Santos en Palma de Mallorca. Por la mañana, bajo el cielo azul, la ciudad era todo alboroto y alegría, como un día de feria; ¡cuántos chales amarillos y negros, cuántas trenzas y brazos desnudos! (...) en los mostradores de los confiteros, brillaban los largos rosarios de bombones, frutas confitadas y panellets, de los que colgaban grandes patenas y cruces de calabazate. La gente compraba los rosarios y los niños los llevaban colgados al cuello. Por las animadas callejuelas, las ‘madones’ freían buñuelos de patata y despachaban sin parar a los transeúntes. (...) La multitud, mientras tanto, se había ido dispersando; ahora llenaba las iglesias. Las horas del atardecer se dedican a los curas, y las de la tarde, al teatro. Ese día, en toda España, se representa el célebre drama, Don Juan Tenorio»

La ‘patena’ preside el rosario; es una medalla redonda de calabazate o calabaza azucarada, de mayores dimensiones que el resto de piezas. Con ayuda del folclorista Andreu Ferrer Ginard sabemos que, tradicionalmente, los granos de rosario de las avemarías eran de panecillos o panellets dulces, mientras que los grandes de los padrenuestros eran de frutas azucaradas o confitadas. Dicen que la tradición de los panellets y de esas frutas dulces proviene de las ofrendas que antiguamente se hacían a los muertos por Todos los Santos con productos derivados de la harina cocida al horno combinada con los frutos del tiempo: castañas, almendras, piñones y calabaza. Los rosarios, por tanto, serían una evolución de la tradición de poner comida encima de las sepulturas, ya que la gente creía que ayudaban a las almas de los muertos a sobrevivir durante su viaje de ultratumba. Por eso, antiguamente, y siguiendo el curso de la evolución del producto, esos collares sólo contaban con los «panellets de morts», careciendo de dulces, ya que los caramelos, el chocolate o las frutas azucaradas, se añadieron posteriormente, hasta llegar a configurar el rosario como tal. Por tanto, existe una conexión entre el rosario, como símbolo de religiosidad, y los panellets de los muertos. Recordamos que el rosario como objeto devocional sirve para pasar el conjunto de oraciones del Rosario litúrgico, siendo definido como una «Ensarta de granos, separados de diez en diez por un grano mayor, todos unidos por un hilo que los atraviesa todos, destinado a contar las avemarías (representadas por los granos pequeños) y los gloriapatris (representados por los granos gordos) al pasar el rosario». La relación simbólica y devocional es sencilla y directa, pues los rosarios son imprescindibles en los velatorios de los difuntos.

Se han formulado otras teorías que podrían puntualizar el origen de la tradición de los rosarios. Una de esas ideas sería la función animadora del dulce contra la tristeza: la costumbre de regalar rosarios azucarados durante estas fechas tendría su origen en la necesidad de contrarrestar el exceso de melancolía y sufrimiento -al menos entre los más pequeños de la casa- que rodea la celebración de Todos los Santos, con visitas a cementerios y con una recuerdo enlutado de las ausencias de los seres queridos ya fallecidos. Otra teoría o hipótesis sitúa el origen del rosario en el reforzamiento de la función del padrino y de la madrina, ya que ésos, a partir del bautizo de su ahijado, son las personas que adquieren la obligación moral de proteger al recién nacido y hacerle de padre o madre si llegara a quedar huérfano. La relación entre padrinos e ahijados es una relación de protección que comienza con la elección del padrino por parte de los padres y termina cuando el niño ya puede valerse por sí mismo. La tradición del regalo del rosario por parte del padrino serviría para recordar al ahijado la figura del padrino de Bautismo.

La revista La Roqueta del 15 de octubre de 1902 publica un poema de Emili Oliver titulado «El rosari dels morts» que recuerda la glotonería con la que los niños devoraban el rosario:

Quan era petit, ma mare

(que Déu tenga a bon lloc)

cada any pels morts me comprava,

si havia estat bon al·lot,

per sa meva golosina

un rosari lo més gros

Noticias relacionadas

d’ave-maries de sucre

i panellets d’aquells bons,

gloria-patris de primera

que eren des tamany d’un ou,

confitura i tutti quanti:

un rosari com un sol,

un rosari, pinta’l ample,

d’aquells que es resen tot sols

(...)

Me dóna es rosari i... ¡Claro,

si en vaig trobar de consol!

I vaig fer tanta de bonda

i vaig esser tan ... devot

que em vaig menjar sa patena

abans d’acabar es penjoi.

Sabeu que ho va esser de dolça!

i els gloria-patris què bons!