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La entrada al recinto fortificado de la Penya Roja (península de la Victòria y Cap Pinar, Alcúdia), es un auténtico paso acantilado sobre el abismo. Parece imposible que el camino continúe practicable. La solución técnica es un paso construido artificialmente sobre la roca natural, en forma de pequeño túnel o pasillo cubierto. Este paso franquea la entrada al micro-cosmos cerrado de la atalaya de la Peña Roja, una auténtica fortificación basada en la protección que ofrecía su inexpugnable situación natural, al estilo de las «bastidas» medievales o, incluso, de los castillos roqueros.

-Impresionante esta cima de la Penya Roja, «Vell Professor». Nos ha costado llegar, pero ¡vale la pena! A usted que le gusta utilizar y repetir el concepto de «paisaje emotivo», ¡esto debe ser el 'summum'!.

-Sí, ¡es una pasada! Efectivamente, es un paisaje emotivo, cargado de historia y símbolo de la defensa del territorio. Podemos añadir, sin duda alguna, que es un paisaje alucinante. 360 grados de mallorquinidad, de mediterraneidad. Y, además, ¡!tocando el cielo!! Podemos decir, como el poeta Costa y Llobera: « suspès entre cel i terra / sobre l'abisme del mar ».

-Uep, ¡esos versos se refieren al Pal de Formentor! Pero bueno... tiene razón, aquí también se aplican bien. Profesor, nos contará un poco la historia de ese lugar.

«¡Me n'afluix subir el cañón!... Me n'afluix bajarlo!»: La atalaya de la Penya Roja y el Canó des Moro
El Canó des Moro, en la cima de la Penya Roja.

-Sí, por supuesto, es uno de los motivos de la excursión que nos ha llevado hasta aquí. Deben tener presente que la mayor parte de datos históricos provienen del libro de Ángel Aparicio, gran investigador de las torres y atalayas mallorquinas. Apuntad la bibliografía: Àngel Aparicio y Pasqual: El reducte de la penya Roja, publicado en 2001 por el Ayuntamiento de Alcúdia. La atalaya de la Penya Roja o, mejor dicho, la batería superior de todo el conjunto, se sitúa en lo alto del monte del mismo nombre, llamado también Penya del Migdia, a 355 metros de altitud. Es una superficie reducida, de unos 4 m de diámetro, ocupada en parte por un enigmático cañón, llamado popularmente el Canó des Moro. La pequeña explanada presenta un suelo con restos de empedrado y de pared lateral hecha con mortero de cal, que configuraba una plataforma superior dedicada a la vigilancia y a la defensa ante posibles invasores. La vista es espectacular, rodeada de mar, excepto hacia el suroeste: el Cap del Pinar en el noreste; cala Solana y la costa recortada al este, además de las lejanas montañas de Artà; el Cap de Menorca hacia el sudeste; el Puig del Romaní y la atalaya de la Victària en la parte sur; el istmo de la península de la Victoria en el sudoeste; la bahía de Pollença al oeste; y el cabo de Formentor, como trasfondo, en el norte.

Los datos históricos que hablan de la atalaya de la Penya Roja se remontan al año 1521 -seguramente por las condiciones especiales provocadas por la guerra de Germania-, cuando era ‘talaier’ o guarda Bernat Martorell; entonces, se aprovecharía el lugar de vigilancia natural, viviendo los dos talaiers que normalmente hacían guardia, en una humilde choza.

Joan B. Binimelis, en 1595, cuando describía la ribera marítima alcudiense, propuso la fortificación de este punto estratégico, ya que desde la Talaia de la Victària o de Alcúdia no se podían controlar los posibles desembarcos corsarios de las Caletes del Cap Pinar; llega a afirmar que sería tan inexpugnable como el castillo de Alaró. He aquí lo que dice el gran Binimelis: «Siguen cuatro calas que son Solana, Clot, Engolidor y Collbaix, que todas juntas hacen una figura como un seno. Se descubren estas calas de una pequeña montaña y muy alta, no muy distante de la Talaya de Alcúdia, pero no las descubre dicha Talaia, siendo necesario buscar, por ello, algún remedio y sería a mi juicio que en la Penya Roja que cae ante el Pinar Major, estuviera un hombre de guarda y de allí descubriría unas y otras y con un mosquetón las defendería y para que estas guardas estuvieran allí con toda seguridad ante corsarios y enemigos, debería practicarse un paso, estrechísimo y muy peligroso de subir, que son unos roquedales de la misma Penya Roja, en la parte del mar, que con dos días de trabajo de un obrero quedaría remediado, resultando aquella montaña de peñas altísimas inexpugnable, como el Castell d'Alaró. Y en lo alto de dicha montaña llamada la Penya Roja se debería construir una barraca o casa para los guardas que tendrían a su cargo comunicar sus fuegos de aviso a la Talaya de Alcúdia, y a las de Pollença y de Ferrutx».

En 1598 se aprobó la construcción en la Penya Roja de una torre o, mejor dicho, fortificación de mayor envergadura, que fue construida en 1603; los capitanes Pau Bas y Francesc Aixertell, a partir de los criterios de Binimelis, señalaron el lugar adecuado de la atalaya y los diferentes elementos complementarios: portal de acceso, aljibe, horno de bala roja, vivienda y otros.

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En el año 1604 se decidió artillar la fortificación con uno o dos cañones; parece que debían ser de bronce, pero, finalmente, hubo uno de hierro. Las evidentes dificultades de transporte de las piezas retrasaron el proyecto. En 1614, según algún autor, se transportó un cañón de hierro hasta el Cap del Pinar. Aparicio, siempre documentadamente, dice: «Los capitanes de Alcúdia, Antoni Gual y Pau Bas, en 1614, intentaron llevar un cañón de 18 de gálibo (calibre muy grande). Parece ser que la operación no tuvo el éxito deseado ya que, hacia finales de 1617 los jurados de Alcúdia pidieron cinco piezas de artillería destinada a adornar la peña Roja».

-«Meem», profesor, usted no sabe de dónde viene la expresión mallorquina «Me n’afluix»... Pues viene de ahí. Podéis asegurar que el maestro albañil, cuando oyó el plan de trabajo y los cuatro reales que querían pagarle, abrió unos ojos como platos y espetó a los capitanes: »¡ Me n’afluix, de subir el cañón!».

-¡Ah, buena broma me gastáis; desde luego, es muy verosímil que esta frase tan mallorquina se pronunciara aquí ante esa situación! Bueno, sigamos, porqueos comunico que la operación acabó siendo un éxito. Resulta que, al final, en 1630 Pere Ferrer, alias Gabellí, consiguió subir el cañón hasta una de las dos plataformas superiores; parece que es el que todavía se encuentra allá arriba; el albarán del pago -¡cantan papeles!- dice así: «A Pere Ferrer, Gabellí , por la ‘escarada’ que le hemos dado para transportar allí donde está la pieza de la Penya-Roja, 1 libra, 2 sueldos. 14 julio de 1630».

La estampa del cañón abandonado allá arriba ha llegado al corazoncito de la mayoría de cronistas y visitantes. Joaquim M. Bover, en «Noticias histórico-topográficas de la isla de Mallorca» (1864) menciona el lugar, con una referencia al tema que ahora comentamos: "En su cima hay un cañon de a 18, y su colocación en este paraje manifiesta el mucho trabajo que habrá costado a los habitantes del país el subir este normo peso por sitio solo destinado a ser frecuentado de las aves».

El Archiduque habla de cañones, en plural, como si hubiera más de un cañón; y así sería, uno en la plataforma o batería inferior y el otro arriba, en la batería superior. «La Atalaya de peña Roitxa [sic] tiene una ruinosa casita abovedada, un polvorín y un inservible aljibe. En la cima de la montaña, por encima de los acantilados se encuentra una batería dotada con cañones de 18 quintales de peso, que no debió costar poco trabajo subirlos a aquel lugar. El torrero vivía en un agujero, una hondonada cercana, en una miserable cabaña levantada en Cap del Pinar» .

Àngel Aparicio remacha el clavo: «Lo que en principio debía ser una batería escalonada con dos plataformas que debían cubrir unos 140 grados, una de ellas capaz para una pieza de 18 y otra algo más pequeña se convirtió, motivado por las dificultades para subirlas, en nada, una pequeña batería cuya piececita sólo se utilizaba para anunciar la presencia del enemigo, ni siquiera para darle miedo» . Ciertamente, existen dificultades para identificar el famoso Canyó des Moro de la batería superior, ya que se debieron cambiar la pieza varias veces. En 1653 el virrey Lorenzo Ram de Montoro dio la orden, que ejecutó el cabo Gregorio Cladera, de cambiar las piezas de artillería de las torres costeras, cuya mayor parte eran de bronce, por otras de hierro. La explicación del cambio de las piezas de bronce, más caras, por las de hierro, más baratas, es demoledora: «por si acaso los enemigos se las llevan, no sean de tanto valor».

En 1739, el importante documento titulado «Relación de lo que se necesita precisamente reparar en diferentes torres y fortalezas...», aportado por Aparicio, informa que la fortificación «tiene un cañón de fierro de a 6 libras de calibre de mediano peso sin cureña, pero hay solo 4 balas de su calibre, se puede proveer de cureña porque se halla en tan extremada altura [que] necesita de arreos para llevarlo». En 1809 en un documento sobre el estado en el que se encontraba la artillería de las torres y atalayas, no se menciona el cañón de la Penya Roja, aunque, seguro, estaba ahí. Cuando un funcionario de Hacienda, o un militar, planteó poner precio al cañón ante un posible plan de sustitución o eliminación de este tipo de artillería, el responsable debió de decir «¡Me n’afluix!» y añadió: «no quiero valorar el cañón ... costará mucho más bajarlo que el precio que podamos sacar en una buena subasta».

-Ja, ja, profesor, «ja hi tornam a ser!». Resulta que en 1614 dijeron «Me n’afluix, de pujar el canó!»... y en 1809, se repite la historia, pero al revés: «Me n’afluix, de baixar el canó!»...

Como hemos reiterado, Àngel Aparicio ha estudiado detalladamente la historia del lugar. De hecho, durante unos años hubo una placa con la historia de la fortificación, firmada por este investigador; lástima, porque esa placa ha desaparecido. Decía así: «Peña Roja. Alcudia. Este reducto fortificado conocido también como Penya del Migdia y situado a 355 metros de altura es por sus características arquitectónicas único en las islas Baleares. Fue proyectado por el matemático Joan Baptista Binimelis (1593) y construido en 1603 por orden del virrey Ferran de Sanoguera. En 1604 ya disponía por artillería de un pequeño sacro de bronce. Pero no sería hasta 1630 cuando se construyera una pieza de gálibo 8 de hierro que ha llegado hasta nuestros días. El primer torrero conocido fue Rafel Mesquida (1604) y el último Martí Torrandell (1867). El armamento para la defensa era el utilizado en la época, espingardas y arcabuces. En 1788 contaba con dos escopetas. No hacía señales de aviso. Hacia mediados del siglo XVIII se construyó el horno de bala roja que nunca fue empleado. Cuando se suprimió el cuerpo de torreros, el ramo de la guerra lo devolvió al Estado que lo traspasó a Hacienda el 25 de junio de 1867. Su valor de tasación fue de 525 pesetas. En 1975 Icona restauró el acceso y el camino. En 2000 se inició el proceso de restauración». Firmado: Angel Aparicio i Pasqual. G.E.F.B.