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El pasado domingo se celebró la festividad del Corpus Christi. Inicialmente tenía lugar en uno de los tres jueves del año que relucían más que el sol, y cuando el tiempo cronológico, el meteorológico y el calendario religioso festivo iban algo más de acuerdo, abría la temporada anual de helados. La costumbre requería tomarse el primero después de contemplar el paso de la obligada procesión que ese día circulaba por Ciutat. Una de nuestras gloses recuerda el acontecimiento con inequívoca seguridad, recordando la promesa que, en época desgraciadamente incierta, hacía un rumboso galán a su novia o esposa: Francina meva, estimada / mira be sa processó/ perque quan ja serà passada / dins Plaça, d’aigo gelada, / mos n’hem de beure un tassó.

La oferta era de cierta categoría y constituía toda una declaración de buenas intenciones y solidez económica, porque las aigos gelades eran entonces un producto de prestigio y en consecuencia de precio no precisamente barato. En dicha cotización pesaba que solo eran asequibles en fechas cuyo principio fijaba a menudo la festividad del Corpus. Su disponibilidad en temporada alta llegaba hasta Tots Sants y podía prolongarse con un período de menor demanda hasta el primero de diciembre. Así lo detallan los contratos que el proveedor de nieve de cada localidad isleña, llamado el Obligat de sa neu, debía asumir anualmente.

El personaje debía el nombre a que estaba obligado bajo contrato legal a asegurar la provisión de nieve para ambos períodos y sobre todo durante el primero. Los primeros testimonios de dichos contratos se remontan a comienzos del siglo XVIII, pero trescientos años antes existía ya en la Isla un próspero y activo comercio de nieve. En marzo de 1582, un tal Jeroni de Josa solicitó a los jurats de Ciutat que, como ya ocurría en otros lugares, «y para beneficio común, salud y regalo de los pobladores» de la capital, se le permitiese «tener recondida mucha cantidad de nieve». La justificación de esa reserva era para «que de ella [la nieve] los veranos se pueda templar el demasiado calor que padescen los cuerpos humanos».

De la importancia alcanzada por esa actividad, mal conservamos aún el testimonio de los diversos pous de neu que menudean en los aledaños de la Serra de Tramuntana. Otro tanto aseguran las asiduas y distintas menciones de refredadors presentes en inventarios de casas mallorquinas medievales o renacentistas. Estos utensilios consistían en un envase, metálico, de cristal o cerámica, introducido en otro relleno de nieve o hielo para enfriar o congelar su contenido. Este solía consistir en frutas o aguas donde se infusionaban o añadían ingredientes saporizantes variados, tales como canela, limón, mandarinas, entonces conocidas como naranjas de la China, u otras frutas. Ahora disponemos de helados en cualquier momento del año y a precios más que asequibles. Estamos en un excelente momento para disfrutar de cualquiera de esas dulces y heladas delicias.