Antonio Seijas y el ‘pulpeiro’ Manuel Rodríguez. | Andrés Valente

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Antonio Seijas ha sido un tan ferviente promotor de la cocina y los vinos de Galicia, que muchísimos lectores saben que le llamamos el embajador de Galicia en Mallorca. Durante los últimos 25 años Antonio, entre otras muchas cosas, ha montado la Fiesta del Vino Albariño, un evento que este año reunió a centenares de personas en el restaurante del Real Club Náutico y 40 bodegas que ofrecieron más de 60 albariños para probar. Antonio también organizó un almuerzo para más de 100 personas en el Náutico donde sirvieron delicias gallegas como empanada, cecina, chorizo, lacón de porco celta, pulpo a feira, unas espléndidas fabes de la DO Lourenzá con chorizo y morcilla, y memorables roscas de pan. Antonio, como todos los embajadores, es muy diplomático y en el menú también había aceite de oliva virgen extra de Cas Majoral de S’Espinager, queso artesano Cavallería Nova de Ciutadella de Menorca y, para dar un punto final dulzón, sirvieron una buenísima ensaimada de crema.

Antes de ir a la comida en el Náutico yo había decidido que no comería ni una rebanada de rosca gallega, porque comiendo solo un trozo pequeño hubiera terminado zampando más de media rosca como las de la foto. Cuando estaba en la cocina haciendo unas fotos, las roscas salieron del horno y tenían una pinta maravillosa y bastaban los aromas para abrir apetito. Sólo 15 minutos después, las camareras estaban paseando las roscas cortadas en rebanadas bastante gruesas. La rosca para mi mesa afortunadamente estaba fuera de mi alcance, y era bastante fácil no comer rebanada tras rebanada. De vez en cuando otros comensales me ofrecieron la bandeja con la rosca, pero decía que quería esperar el lacón, el pulpo y las fabes. Además de buena excusa, era la verdad.

Roscas gallegas recién sacadas del horno
Roscas gallegas recién sacadas del horno.
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Asimismo, llegué a comer bastante cecina (un muy buen invento), algo de chorizo, el queso menorquín y el excelente lacón de Porco Celta. Margaret Fonseca, la camarera jefa, nos tenía bien abastecidos con platitos de pulpo a feira hecho por el maestro pulpeiro Manuel Rodríguez. Vaya pulpo más suculento y sabroso. Las fabes fueron como de otro planeta y repetí, pero sólo las fabes, sin chorizo ni morcilla. Y el equipo de camareras no paraba de pasear tranquilamente por las mesas, botellas de albariño de Manuel D’Amaro en mano, para asegurar que no había ninguna copa vacía. Fue una típica comida seijasiana.

El cortador de finísimas lonchas de cecina.

Hace unos 50 años los albariños siempre fueron vinos jóvenes que se vendían en el momento que estaban listos para beber. Su atractivo fue su juventud y la frescura de sus aromas y sabores. Mi primera impresión cuando saboreaba un albariño en aquellos años fue que su frescor lo hizo un vino ideal para los meses de verano. Pero algunos vinicultores gallegos querían complejidades en sus albariños y empezaron a experimentar. Isabel Salcedo hizo un Fillaboa con crianza en barricas de roble y consiguió premios en Galicia. Más tarde Bodega Salnesur sacó un albariño fermentado y criado en roble. Hoy en día hay una gran selección de albariños con madurez. Nombres a buscar incluye Valdamor, Pazo de Señorans, Vionta, Terras Gauda, Mar de Frades, Martín Códax y Pazo San Mauro, entre otros muchos.

Margaret Fonseca con una ración de pulpo a feira.

Una de las cosas que tenía en común con el siempre añorado Joan Olives, es la temperatura de los vinos blancos y cavas. Los expertos dicen que se deben servir a 6-8C. A temperaturas más bajas, no se pueden apreciar los matices de los aromas y sabores. Pero Joan y yo preferiríamos temperaturas polares en toda la gama de vinos blancos y cavas. Durante el verano mallorquín (cada año más caluroso que nunca) un vino recién sacado de la nevera se calienta en copa en un santiamén y los sabores amargos de algunas variedades de uva emergen y estropean la finura y elegancia del vino. Pero dejando el vino en el congelador durante 30-45 minutos, no tendremos este problema. El albariño servido durante el almuerzo en el Náutico siempre estaba a 6-8C porque las botellas estaban sumergidas en hielo en todo momento. Asimismo, no me quejo cuando los blancos y cavas vienen con temperaturas polares. Entre otras cosas, me trae bonitos y divertidísimos recuerdos de Joan Olives.