Una parte de las instalaciones de la bodega se han adaptado para ofrecer visitas a los más pequeños. | Pep Córcoles

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Llegando a Petra, por la carretera de Santa Margalida, se encuentran los viñedos y las bodegas Miquel Oliver. Allí trabaja Pilar Oliver, enóloga y propietaria, de segunda generación, de las mismas. Pilar ha sido la continuadora de la labor que desarrolló su padre, Miquel, en la elaboración de vinos con sello de la tierra, pero además ha emprendido una nueva iniciativa, una labor pedagógica.

Una parte de las instalaciones de la bodega se han adaptado para ser utilizadas como una escuela para que los más pequeños, de tres a doce años, aprendan a conocer todo lo que envuelve al cultivo de la vid, su fruto y su transformación en vino. «Yo pretendo que los niños aprendan que el vino no es un alcohol más; es un alimento; es una parte indivisible de nuestra cultura mediterránea y que aprendan a consumirlo con responsabilidad y apreciando la gran magia que lo envuelve», introduce la enóloga.

La actual bodega se construyó hace nueve años. Allí se trasladaron las viejas cubas de acero que se usaban para fermentar el vino. Como necesitaban aislarse se habían recubierto con poliuretano expandido. «La verdad es que eran feísimas y se me ocurrió decorarlas para hacerlas más agradables. Pero también se me ocurrió hacerlo con motivos infantiles y así podría entretener a los niños cuando había visitas de padres», explica Pilar. Encargó el trabajo a su amiga Mari Cruz Ugarte, ilustradora, quien transformó las cubas en una nave espacial, un elefante, e incluso un enorme ‘minion’.

Esta iniciativa fue el embrión para crear la escuelita del vino. Pilar explica que «se agregó una escala pintada en la pared para medir a los niños. Es otro juego para indicarles cuando podrán ya probar el vino. No pueden hacerlo si no miden al menos 1,50 metros». Y agrega: «Por supuesto es para darles largas pues su cuerpo aun no puede asumir la ingesta de vino. Sin embargo, ahora tengo un grave problema, pues me vienen algunos mozalbetes de doce años que són auténticas torres; a estos les digo, entre risas, que se le ha de tomar la altura desde las rodillas».

«Lo que sí hacemos es un taller de olores. Aprenden a coger la copa correctamente y a oler el vino para discernir cuales son sus aromas. Es curioso porque mientras los mayores relacionamos los olores con frutas, flores o especias a los niños todo les huele a tal o cual golosina; es muy gracioso como discurren», dice.

La escuelita del vino de las bodegas Miquel Oliver recibe al año a unos 400 niños que escuchan atentamente los explicaciones de Pilar y experimentan con los aromas y los colores del vino. «Yo quiero formarlos enológicamente porque precisamente aborrezco esas imágenes de coma etílico adolescente. Yo quiero que aprendan a beber como un acto cultural, con responsabilidad y conocimiento».

La experta explica que «se dan anécdotas realmente graciosas pues los niños son auténticas esponjas absorbiendo conocimientos. Se dio el caso, por ejemplo, de una niña de cuatro años, de Petra, que tras la visita corregía a su padre. Si se ponía vino en un vaso le decía que debía usar una copa; que debía tomarla por el pie para no calentar el vino; o que debía oler los aromas antes de beber y le describía cuales eran los del vino que estaba bebiendo su papá. El padre quedó sorprendido del elevado conocimiento de su pequeño y vino expresamente a contármelo».

Pilar cultiva un total de veintidós hectáreas de viñedos alrededor de su bodega. Produce unas 170.000 botellas de vino cada año con unas trece referencias diferentes. Atesora variedades autóctonas de gran valía que combina con otras foráneas de gran calidad para elaborar sus vinos.