Carlos Cortés durante su llegada a los juzgados de Vía Alemania, en Palma. | M. À. Cañellas - M.A. CAÑELLAS

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Durante lustros, el apodo de ‘El Charly’ - que de por sí no era muy intimidante- causaba terror en los bajos fondos palmesanos. Su fama, pues, le precedía. Eran los años de plomo en el poblado de Son Banya, donde no se movía una rata sin que Carlos Cortés lo supiera. Y roedores, en el poblado, hay de sobra. De cuatro patas y de dos.

La que aparecía en los periódicos era siempre su odiada prima hermana, ‘La Paca’, pero detrás del gueto gitano, en la sombra, siempre agazapado, estaba ‘El Charly’. Francisca Cortés Picazo, la histórica narcotraficante de pelo blanco, cayó en desgracia porque hizo demasiado ruido. Día sí y otro también aparecía en las páginas de la crónica negra, por méritos propios o por familiares, que tener dos hijos como ‘El Ico’ y ‘La Guapi’ tampoco ayudaba mucho.

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Los capos tienen que ser discretos porque cuando se sabe que son capos todo se ha acabado. Y Carlos Cortés, el también canoso hijo del legendario ‘Tío Kiko’, patriarca de Son Banya en los años ochenta y noventa, aprendió bien la lección. Tras una larga temporada en prisión, salió en libertad y se volcó, supuestamente, en las obras sociales y su federación gitana. La redención era su bandera, aunque los rumores siempre le acompañaban.

Casi como a Carlito Brigante, el narco interpretado por Al Pacino en la mítica película Carlito’s Way, atrapado por su pasado. El traficante, en la cinta de Brian de Palma, también quiere alejarse de las drogas, pero en su mundo solo hay narcos y criminales. Y así no hay Dios que escape. ‘El Charly’ ha vendido durante años que era una persona nueva, redimida, recuperada para la sociedad. Incluso en este tiempo se le ha ido apagando el fuego de su mirada, antaño glacial. Unos ojos de tigre que languidecen ahora entre rejas. Carlito Brigante, en la película, acaba sus días sin poder ver el paraíso. Nuestro Carlos Cortés, de momento, sigue atrapado por su pasado.