Un sospechoso en la calle Manuel Azaña. | Alejandro Sepúlveda

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«¿Llevas algo encima?». «Sí, una pistola dentro del pantalón». El trabajo del GOR (Grupo Operativo de Respuesta) no es fácil. Es una unidad de élite de la Policía Nacional que vela porque Palma, por las noches, sea una ciudad segura. El problema es que con la pandemia, los policías tienen ahora dos frentes abiertos: la delincuencia habitual, que nunca duerme, y a los incívicos del virus, también insomnes.

Cae la noche en Ciutat y un equipo de Ultima Hora se empotra en la unidad policial. Las temperaturas son bajas y las primeras llamadas que recibe el 091 hacen referencia a mendigos que se cuelan en portales. Los agentes se dirigen a la calle Manuel Azaña, cerca de la Comandancia benemérita, y se topan con un señor de edad, que lleva dos latas de aceitunas en las manos.

Quiere dormir en el rellano. «Tengo una autocaravana en Alcúdia, pero he bajado caminando a Palma», explica, poco convincente. Cuando le indican que no puede pernoctar allí, aparece un tipo en bicicleta, tapado por una capucha de camuflaje.

Antecedentes

«Oigan, que no tengo donde pasar la noche», les comenta a los agentes. Le proponen que vaya a Can Gazà, pero aquél se encoge de hombros: «No puedo ir, tengo una orden de alejamiento de otro tío que está allí». Una mujer policía le pide la documentación y entrega dos cartillas muy deterioradas, una en árabe. Tras algunas gestiones, se confirma que es un delincuente habitual, con numerosos antecedentes, entre ellos resistencia a agentes de la autoridad y robos con violencia.

PALMA.
Este hombre dice que llegó andando desde Alcúdia.

Es entonces, por precaución, cuando le preguntan si lleva algo peligroso encima y el magrebí suelta, como si tal cosa, lo de la pistola. Que resulta ser simulada, de un plástico cutre. Finalmente, le citan para que se presente en unos días en Extranjería y el ciclista desaparece.

La siguiente parada es la barriada de La Soledad. Todo un clásico de la delincuencia. El GOR sabe que los compradores de hachís y coca se deslizan hasta esas calles por la noche, y montan un control en las inmediaciones de la salida hacia la calle Aragón. Pillan a varios consumidores. Uno de ellos deja todo lo que tiene sobre la acera y consigue deshacerse de un gramo de alguna sustancia prohibida bajo un coche. Pero no está ágil y cuando recoge todas sus pertenencias alarga la mano también hacia la bolsita. Y se delata.

En Son Gotleu, no muy lejos de allí, se confirma que la barriada, de noche, es una selva. La patrulla se topa con un numeroso grupo de africanos, que están reunidos en la vía pública, donde beben cervezas, unos junto a los otros. Ignorando las restricciones por el virus. Cuando ven las sirenas se ajustan con torpeza las mascarillas, para disimular. Las latas siguen en la mano. Los hombres de color son identificados y cacheados. No parece importarles demasiado que en breve recibirán una sanción económica. Quizás porque son insolventes, y eso da mucha tranquilidad.

PALMA.
En Son Banya quemaron dos neveras para poder vender el cobre y el esqueleto metálico.

A continuación la alarma salta en Son Banya, otro centro neurálgico en el mapa delictivo de la capital. Los bomberos han sido movilizados por un incendio cerca de las chabolas, y el GOR tiene que darles cobertura, por si algún residente los recibe con pocos honores. Cuando llegan, confirman que se trata de dos neveras, que arden rociadas por algún líquido combustible. No es un accidente: una vez calcinadas les podrán arrancar el cobre y el esqueleto metálico, para venderlo a peso. Hay poco ambiente en el poblado, sin las habituales colas de consumidores.

Los aguadores, temblando de frío, vigilan a los efectivos de emergencia, inquietos. Mientras estén por allí con sus trajes reflectantes y las luces el negocio no se va a animar. Y no está el horno para bollos. Cuando sale la última patrulla, la oscuridad casi total cae sobre Son Banya. Una bendición para los narcos. Los GOR son una unidad versátil y en esos momentos les entra otra llamada: «Un motorista de Glovo ha sufrido un accidente grave en la calle Aragón». Al llegar, el chaval de reparto se retuerce de dolor. Una conductora lo ha embestido y tiene fracturas en las piernas y la cara llena de sangre. Los policías apoyan a los sanitarios y a sus compañeros de la Policía Local, que instruyen el atestado. Y la emisora vuelve a rugir: Palma nunca duerme. Ni con pandemia.