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G.PICÓ/E.LÓPEZ VERDÚ Las durísimas condiciones de la travesía en cayuco desde Àfrica pueden dejar un lastre psicológico insuperable. Ese parece ser el caso de Ndiaga N., un inmigrante senegalés de 30 años que el pasado mes de septiembre arribó a las costas canarias tras una larga odisea. Diez días después logró llegar a Mallorca junto con varios compatriotas y se instaló en un piso de 60 metros cuadrados de la calle Terral de s'Arenal.

Ese debía ser el punto de partida de una nueva y mejor vida en Europa.
En los días siguientes a su llegada, el grupo se movilizó para buscar trabajo, pero en el caso de Ndiaga no fue así. Sus compañeros comprobaron que su estado físico era muy precario, y que además se comportaba de un modo extraño.

El día 20 de septiembre a las 08.00 horas, el desequilibrio mental de Ndiaga explotó. El inmigrante se levantó, fue hasta el salón y le prendió fuego a una butaca. Las llamas se extendieron rápidamente a la cocina, el baño y el resto de habitaciones. Ndiaga abandonó la casa semidesnudo e intentó huir metiéndose en el maletero de un autocar, aunque el conductor le descubrió y llamó a la Policía Local. Mientras tanto, en el piso se había desencadenado un auténtico infierno. Cheikh, otro de los inmigrantes, estaba durmiendo en una de las habitaciones y se despertó bruscamente por el calor. Al comprobar que no podría salir por la puerta, saltó a un balcón contiguo mientras avisaba a otros dos compañeros que estaban en la casa, y que pudieron salir por la puerta principal. En el piso superior, una pareja argentina y sus dos hijos menores de edad se vieron atrapados por el denso humo. Su única opción fue subir hasta la azotea, donde esperaron muy apurados a que los bomberos llegaran y apagasen el fuego.

El fiscal acusa a Ndiaga N. de un delito de incendio, por el que pide una pena de 15 años de prisión.