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Cuánta desesperación hay que tener para llevar el cadáver de tu tío a la ventanilla de un banco para cobrar un préstamo a su nombre. No hay diálogo posible entre el finado sentado en la silla de ruedas y la sobrina que le amonesta por no firmar. Ha sucedido hace unos días en Brasil, en una localidad cercana a Río. Se escuchó a una empleada decir: este hombre no está bien.

En Estados Unidos hay un porcentaje muy alto de personas vivas que, sin embargo, están muertas. Los papeles mandan más que la realidad. Tú estás casado si hay una firma. Si has decidido disolver la unión sin certificarla, sigues matrimoniado. A todos los efectos. Llevado al extremo, hay muertos que están vivos. ¡Qué insistencia! En las redes sociales son muchos los que siguen apareciendo vivitos y coleando en sus perfiles, o para ser precisos, congelados en la actualidad que ya es pasado.

Con semejante confusión de ultratumba, me siento turbada y ando mirando detenidamente a ver si este que me habla está vivo o es un holograma. Será un transhumano. La historia de la humanidad está poblada de muertos vivientes de la misma manera que está habitada por seres vivos muertos. No es un juego de palabras ni postureo. He leído noticias cercanas que relatan hechos que no han sucedido. Todos sabemos que el periodismo a veces se da un baño de pompas de jabón que le convierte en espuma. Llamémosle entonces literatura. Por cierto, una extraña pareja, casi tanto como la de los muertos y los vivos. En las neveras de las redacciones había muchos cadáveres porque ya sabíamos que a muchos les daba por morirse en domingo y festivo y con pocos redactores para redactar tan luctuosa noticia, había que ser precavidos y dejar adelantos de posibles finados. El personaje de la novela Sostiene Pereira de Tabucchi es un periodista especializado en escribir necrológicas. Prefiere emplear su verbo con los muertos que dedicarlo a los vivos. Viviendo en la dictadura de Salazar es pura supervivencia.

Como entre vivos muy muertos andamos, me entero que tienen un lío tremendo si el vivo finado quiere comprarse una casa o iniciar cualquier tipo de trámite burocrático. El enjambre es de tal calibre que al vivo no le da un infarto de milagro, aunque acabe asfixiado por las deudas. Una manera de morir poco recomendable. Debe ser raro enterarte por una carta certificada que has estado muerto hasta que has levantado la caja de Pandora de tu ser real y te has convertido en un cadáver. Todo por querer abrir una cuenta en el banco.

Tengo un amigo apenado por esta extraña realidad que vivimos. Realidad zombi le he escuchado llamarla. No le falta razón, sobre todo, si algunos acaban aparcando el cuerpo de su tío muerto frente a una ventanilla de un banco para cobrar dinero, sin duda, el ente más vivo en cualquier lugar. Tiene el don de resucitar a los muertos.