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Muchas veces, demasiadas veces, me hago la pregunta capital. Cómo es posible que este Imperio, que no está formado por retrasados mentales, sino por gentes mentalmente homologables a las de su entorno, es capaz de actuar políticamente de la manera como lo hace; es decir, contrariamente a los principios más básicos de lo ejercido en una democracia elemental. Me ha costado encontrar la razón precisa; pero creo que por fin la he hallado. Y no la he encontrado bajo tierra ni en un lugar extraterrestre, sino en las mismas entrañas imperiales. Y esta razón tiene un nombre muy claro y a la vez tremendamente revelador. El motivo por el cual la mayoría de que esas gentes imperiales sean incapaces de aceptar la democracia y permanentemente se enreden en argumentos que no les pueden llevar más que a más de lo mismo, es por una razón que se delata muy claramente. Porque son incapaces de aceptar su desconcierto que les lleva a negar sin paliativos la concordia que les obligaría a aceptar que el Imperio sea de todos los que lo habitan.

Son incapaces de aceptar que el Imperio es de todos los que lo habitan porque están obsesionados que por preeminencia les pertenece solamente a ellos. Y esto no lo ven porque su visión sea defectuosa, sino porque su biografía les impele a mirar en una única dirección que les predispone a privar más que a compartir. No hablemos de los de Vox, porque en esa agrupación incluso el chico de los recados debe ser sectario hasta la médula. Los del PP, cuyo mejor ejemplo actual es Ayuso, son una vergüenza para cualquier territorio con un principio mínimo de diversidad. También los del PSOE admiten básicamente la excentricidad en la cual está inmerso el Imperio; lo cual les incapacita para sentir la necesidad de salir de esa infausta espiral en la que está la mayoría del pensamiento imperial. En cuanto a Sumar y semejantes, quizás sean los únicos que serían capaces de admitir la necesaria diversidad consecuente, pero están donde están, y como para ello necesitan sentirse españoles se ven obligados a no admitir ni tolerar la necesaria diversidad como guía imperial incuestionable.

Por la razón antes apuntada los demócratas catalanes tienen muy claro que todo lo que sea admitir el menor resquicio de hispanidad les llevaría por activa o por pasiva a aceptar la maledicencia imperial. En este último caso es necesario decir que resulta inaudito que los de ERC puedan creer que les pueda ofrecer algo positivo por las buenas este Imperio. Y más, teniendo en cuenta la cantidad de crímenes que contra ellos ha cometido esa idiosincrasia en su larga historia al intentar anularla, o por defecto, tratando de huir de ella. Para ver claramente que ese defecto está firmemente incrustado en toda su estructura es suficiente con mirar detenidamente y con ojos objetivos la alta judicatura, que debería ser el órgano más proclive a la implantación y mantenimiento de la rectitud y que, en cambio, defiende a ultranza y con todos los recovecos que sean necesarios la incongruencia de la estructura imperial. Se pueden hacer todos los esfuerzos que se crean necesarios para cambiar esa situación y revertirla a una estructura más cordial y homologable a los sistemas democráticos. Pero cualquier observador mínimamente atento y versado en estructuras sociales y en sus posibles evoluciones, probablemente no vería otra salida que determinar certeramente que esto ya no es factible. Por una razón innegable, porque la estructura básica del Imperio padece una total incapacidad para ver su particular miopía histórica, por muy necesaria que ésta sea para su supervivencia.