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Llevan cientos de años sirviéndose de nuestra ignorancia para dominarnos sutilmente. Con el dominio de la tecnología, nos entregamos en gestos tan sencillos como pagar con la palma de la mano, dar nuestra huella dactilar, dejarnos retratar cuando entramos en un aeropuerto o en un centro comercial cualquiera. El control servido como seguridad.

Lo hemos digerido en las primeras películas del mundo por venir. Ciencia ficción, decían. Realidad virtual la llaman. Desde el encierro forzoso ante el virus de la covid, los mecanismos para socavar nuestra supuesta libertad han afilado los colmillos. Hay tanto dinero en el manejo de los datos de esta humanidad desvalida que la codicia abre las fauces como siempre hace cuando tiene hambre.
Estos días ha llegado a Palma otro juguete pérfido: la máquina que escanea tu iris a cambio del pago de unas pocas criptomonedas que en tu credibilidad te han asegurado duplicarán su valor en unos meses. El logo de la empresa que lleva adelante el retrato consentido no puede ser más escalofriante: «La economía mundial pertenece a todos». Menudo timo de la estampita.

Nadie, de los cientos de personas que han entregado su iris a Sam Altman, sabe ni las condiciones ni qué puede significar su posado ocular a cambio de unos pocos euros. Él sí lo sabe. El creador del Chat GPT, ese nuevo vecino que se ha instalado en nuestras casas, es también el propietario de la empresa Worldcoin, la que gestiona el mercadeo con los iris del mundo. Registrada en las Islas Caimán, deberíamos contraer nuestra pupila ante la cantidad de luz que arroja el dato. Por el momento, a cambio de unas pocas monedas, ya concentra más de tres millones de datos biométricos en todo el mundo.

Hay dudas de que este mercadeo sea legal pero en España se le está echando un capote. Francia y Brasil no le dan chance. Por ahora. ¿Para qué querrá tener los iris del mundo? Poder y dinero. Un clásico. Hay quien lo ha denominado con acierto colonialismo digital porque es en los países más pobres donde se está cebando esta acción que Mr. Altman vende casi como si fuera un acto de beneficencia. Es el director ejecutivo de OpenAI, empresa que gestiona la inteligencia artificial con la finalidad de que su uso mejore al mundo. Tiemblo ante tanto altruismo.

Buscando información, me entero de que Naciones Unidas usó el escaneo del iris como condición para entregar ayuda humanitaria en el año 2019. Son los refugiados, los desfavorecidos, los arrojados del sistema los chivos expiatorios, las víctimas propiciatorias. Como lo son los más jóvenes que acuden sin saber qué consecuencias puede acarrearles dejar que su iris circule en un banco de datos con unos fines nada claros. Altman, el lince, se erige en salvador del mundo máquina y se viste de filántropo para obtener el oro: los datos personales con los que los algoritmos van a iniciar un juego diabólico. Entregarle nuestros datos por unas pocas monedas es convertirnos en Judas. Ya sabemos cómo acabó Iscariote.