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Las carteleras de cine como radiografía de nuestro cuerpo social, político y económico. Iniciamos un 2024 con claros síntomas de planeta herido que les llevan a algunos a darse un baño en el mar en las calmas de enero, a la vez que la luz de Platón nos inunda en una temporada de cine del bueno. Avanzamos día a día, y a las puertas de la entrega de los premios Goya y Oscar, las salas se llenan y vacían como si ese movimiento fuera una película también. Más cine por favor, cantó Aute. Creo que Hirayama, el personaje de Perfect Days, hubiera incorporado esta canción a su banda sonora.
El poeta de las imágenes, el traductor de textos hechos movimiento, Win Wenders, me ha hecho el mejor regalo de Reyes que podía tener. Dos horas de estar clavada a la butaca entre la sonrisa, el llanto contenido, la emoción ante una historia que no habla solo de una vida rutinaria, habla de la médula de la existencia. Nos recuerda que al igual que la naturaleza, nos fraguamos a paso lento, por más que nos pongamos a mil por hora, vamos a llegar al mismo lugar.

El meticuloso protagonista se levanta sin despertador a la misma hora, riega sus plantas, asoma medio cuerpo para saludar al nuevo día, se limpia los dientes, la cara, el torso, un lavado de gato que diría mi abuela, se pone el mono, de una máquina expendedora extrae su café, se sube a la furgoneta. Inicia su trabajo diario: limpiador de retretes público en Tokio. Día a día lo mismo. Y, sin embargo, distinto. Heráclito en estado puro. Ya saben, el río. Los fines de semana hace fotos de árboles y cielos y pasea en bicicleta.

Hirayama vive con poco. Se esmera en limpiar los excrementos de la sociedad que descarga en unos baños públicos de diseño, un contraste con la austera y esencial vivienda del protagonista. Enfrente, la Torre de Tokio como una luminaria entre los barrios marginales donde vive Hirayama. La cámara de Wenders se sirve del claroscuro para enmarcar la pureza de una morada que es cabaña, refugio, cueva.

Al tiempo coincide en cartelera otra película en las antípodas, aparentemente, La sociedad de la nieve, de Juan Antonio Bayona, que reconstruye con fidelidad de microscopio la tragedia del accidente aéreo en los Andes en el vuelo que trasladaba a parte de un equipo de rugby de Uruguay a Santiago de Chile. Un inicio lleno de color, de juventud, de vida radiante, prometedora, se desploma en la filmación trepidante del accidente aéreo. A partir de ahí, el silencio. El fulgor y el temblor en unos instantes.

Nada la asemeja a la película de Wenders; sin embargo, pasados los días, hoy que me siento a escribir estas letras, no sé por qué, las emparejo. Encuentro en ambas el latido de la vida porque en ambas está inscrita la muerte. Hirayama no tiene el perfil como los supervivientes de los Andes, Japón es oriental, Uruguay es latina, sin embargo, confluyen ambas películas en el río de Parménides. Hay una dignificación de los gestos pequeños que nos otorga el coraje para seguir viviendo Perfect Days. En la cartelera de estos días, hay más joyas. Pasen y vean. Y sí, más cine, por favor.