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Ibai Llanos es un tío majo. Malhablado, espontáneo, divertido y exitoso. Arrastra a millones de seguidores que encuentran en sus programas un momento de evasión, risas, naturalidad y esa sensación cercana, de colega en el que puedes confiar, que pocas personas ofrecen. No es un cantante, modelo o actor de renombre, ni un futbolista que levanta copas del mundo, ni siquiera un famoso televisivo. Es un chico de Bilbao que encontró su camino en el mundillo de los streamers. ¿Cuál es su problema? ¿Por qué está su nombre en todas partes? Porque está gordo. Desde que le conozco, ha sido así. Y esa es también parte de su personalidad porque, más allá de los guaperas, los muscleman de gimnasio y los cuerpos bronceados que nos vende la publicidad como objetos de deseo, existen millones de personas con otras formas, otros volúmenes y otros tipos de piel. Pareciera que en estos tiempos posmodernos, en los que la libertad individual y la verdad líquida, reinan por doquier uno podría vivir en su propio cuerpo sin sentirse prisionero, despreciado y analizado como un bicho de laboratorio. Pero no. Puedes ser todo lo creativo que quieras, pero siempre embutido en un cuerpo normativo. Hay que parecer un maniquí. Si te sobran kilos, no tienes derecho a vivir, así de sencillo. Se te machacará desde todos los frentes. Y siempre bajo el manto protector de que «es por tu salud». En el caso de Ibai, es incluso peor porque hay «expertos» que diseccionan en la prensa-basura cuál puede ser el problema que le impide adelgazar. Y ahora resulta que debe ser por algún asunto relacionado con la salud mental. En fin. Nuestras abuelas estaban gordas y vivieron con una salud envidiable más de noventa años. No me cuentes cuentos.