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Hablar del tiempo ambiente es una socorrida solución para salir del paso en ocasiones en las que se quiere hablar y no se tiene nada que decir; bien subiendo en ascensor con un desconocido; bien concurriendo con alguien en una cola de una taquilla, o coincidiendo en una sala de espera de un dentista. El contenido de ese tipo de conversaciones poco importa. Tanto da quejarse del frío como del calor, o afirmar que todos los años hay días tan duros como los que últimamente hemos estado sufriendo; que no nos acordamos de lo ocurrido en años pasados; que las recurrentes variaciones climáticas, recordadas o no, han sido constantes. No se trata, en esas situaciones, de diálogos profundos ni científicos. Sino de todo lo contrario: son triviales e intrascendentes. Acientíficos, por supuesto. Mas, lo que hasta hace poco había sido inocuo e intrascendente, ahora si no se asume desde la ortodoxia climática establecida, puede resultar peligroso; con riesgo, incluso, de incurrir en causa de cancelación. Porque actualmente, según lo que se opine al respecto -diga lo que diga la Constitución española sobre la libertad de expresión- se le puede catalogar a uno de negacionista climático; lo que viene a ser como si en la Edad Media se le declarara hereje. Pues, se ha impuesto una suerte de nuevo credo de obligada aceptación si se quiere estar bien visto desde el punto de vista de la ortodoxia climática y evitar las consecuencias indeseables de la heterodoxia. Siendo precisamente en la actualidad, cuando predomina el descreimiento religioso, cuando han aparecido una pléyade de apóstoles climatólogos estampillados y acientíficos que han instituido ‘de facto’ una nueva inquisición y confeccionado un nuevo índice de tesis y planteamientos en entredicho, en torno a lo concerniente al fenómeno del cambio climático. Condenando por anatema, no solo a los negacionistas; que no aceptan o cuestionan la culpabilidad del hombre de los males que se atribuyen al calentamiento global, a los gases de efecto invernadero, a las emisiones de CO2, etcétera; sino también a los ‘retardistas’, quienes, con sus críticas, se estima que retrasan la solución del ‘problema’… ¡Como si la tuviera!

No debiendo perder de vista, quienes se atreven a afrontar ese tema críticamente, que alrededor del tinglado del ‘cambio climático’ se mueve mucho, muchísimo dinero. Y, ya se sabe: por el dinero baila el perro.