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Los que pretendan imponer un cambio importante de una concepción social deben hacerlo con esmero, claridad y sinceridad, porque de lo contrario se exponen a que los no afectos se pongan descaradamente en contra y tergiversen el proyecto. Su construcción necesita estar muy bien estudiada, sin urgencias y con concepción minuciosa de toda la travesía social, porque de lo contrario siempre saldrán los característicos adversarios a todo cambio y al menor progreso social para dinamitar cualquier avance; aunque éste no sea malo en sí mismo, sino por el simple hecho de ser un cambio y sobre todo un avance. Por algo son retrógrados, y lo suelen ser con muchas ganas y con bastantes temores de perder posibles prebendas a costa de otras circunstancias. No olvidemos que todo cambio exige un nuevo sistema de actuación y que esto comporta inevitablemente un desacoplamiento en el sistema social.

El caso Rubiales era, en los momentos actuales, lo peor que le podía suceder al feminismo. Que una bobita como Jenni Hermoso tuviese la oportunidad de realizar una memez mentirosa suficientemente espectacular para que se le concediese el honor de ser la certificadora de un movimiento que lo único que no le convenía a esas alturas eran salvaciones esporádicas y superficiales enaltecidas por abrumadoras opiniones de aterradora ingenuidad. Porque es imprescindible una mínima altura emocional para asentar definitivamente cualquier movimiento que necesita realizarse positivamente en muchos frentes y con demasiados oponentes, para no depender, como en el caso que nos ocupa, de una acción tergiversada capaz de encender pasiones que por su calado pueden llevarla a lo opuesto de lo deseado. Necesita asentarse adecuadamente en su lugar correspondiente. Y éste no es en oposición al machismo ni buscando hechos que, tergiversados, puedan tener gran repercusión mediática para enaltecer fanatismos, sino convencer a ecuánimes para encontrar la situación que sea más provechosa para ella misma y para todo el conjunto de la sociedad. Lo contrario muestra que los defensores del movimiento, en vez de estar en el centro del civismo y el progresismo se convierten en simples resonancias de las fuerzas reaccionarias .

Lo más desafortunado de esa torpe acción de Jenni Hermoso y sus paladines es que los que más provecho han sacado en esas acciones no son los pretendidos beneficiarios, en ese caso las mujeres y el feminismo, sino sus contrarios, es decir los extremistas de derecha. En mi opinión, si un movimiento históricamente muy estoico como debe ser el feminismo acoge para la expansión en su implantación social personajes tan superficiales y frívolos como la Jenni, a finales de siglo todavía seguirá quejándose de su deficiente situación social. Porque se encontrará permanentemente contra la superior fuerza masculina a la cual no puede vencer. Y seguirá anhelando un sitio, que indudablemente merece y que, curiosamente, también gran parte de la sociedad en su conjunto igualmente requiere. Si hay algo que obliga a mirar a Castilla es por sus dichos, que suelen ser certeros y muy clarificadores. Allá dicen que las prisas son malas consejeras. El tema Rubiales ha sido una prisa que ha aconsejado fatalmente a un feminismo y sus adheridos que necesitaba mucho más de pasos sucesivos, seguros y sin pifias.

El juez le ha prohibido a Rubiales que no se acerque a Jenni a menos de doscientos metros. Creo que hubiese sido preferible prohibirle que no le pidiese ningún beso. Porque si ella se lo mandase a distancia habría el peligro de que se articulase una nueva trifulca.