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Una importante huelga se ha convocado en Estados Unidos, desde un sector industrial tradicional de su economía: la del automóvil. Más de 140.000 trabajadores, con un epicentro en Detroit, y con peticiones relevantes, como el incremento del 40 % del salario, el mismo que se han subido los directivos de las principales empresas del sector. El tema está generando inquietud en los dirigentes económicos norteamericanos, toda vez que, se indica, la progresión del conflicto puede abrigar una recesión en la economía de Estados Unidos. Y extenderse a todo el mundo. Se ha evaluado un primer impacto de la huelga: cerca de seis mil millones de dólares, en las primeras dos semanas.

Las reclamaciones de los trabajadores de Detroit y de otros centros productores no es descabellada, aunque a primera vista parezca excesiva. Los beneficios en la industria del automóvil en Estados Unidos han aumentado en los últimos años, y ello ha promovido la repartición de dividendos y de bonus a gerentes y directivos de esas firmas. Los trabajadores exigen incrementos similares en sus salarios, siendo su base de cotización mucho menor que la de sus jefes y directivos. El tema nos remite a un aspecto determinante: los fenómenos de redistribución de la riqueza que se va generando. Y, al mismo tiempo, nos sitúa en otro debate de profundidad en las organizaciones empresariales: la participación de representaciones sindicales en los consejos de administración de los consorcios. Esto, que ya es moneda corriente en países del norte de Europa –incluyendo Alemania–, tiene por el momento un difícil encaje en el interior del capitalismo norteamericano –y, cabe señalar también, en países del sur de la Unión Europea–.

De alguna forma, ese planteamiento más participativo de los trabajadores en los órganos de dirección y decisión de las empresas rompe con el esquema que diseñó Milton Friedman, premio Nobel de Economía, máximo exponente de la Chicago School, y gran inspirador de la política económica desplegada en el Chile de Pinochet: las empresas solo deben preocuparse por ganar el máximo dinero posible –independientemente de cómo lo hagan–, y repartir dividendos a sus accionistas.

Cualquier acción social, al margen de ese cometido central, es considerado como un lastre para el desarrollo empresarial. Ya no digamos si, además, para Friedman, en el seno de la dirección se escuchan voces de sindicalistas. Vade retro.

La importancia de la participación sindical en economía se ha demostrado en la práctica en casos de economías regionales. Los más ilustrativos: los italianos y algunos alemanes, por recordar solo pocos ejemplos. Aquí, la desindustrialización y caída de la renta se pudo atajar con mecanismos de colaboración público-privada y con el concurso de la administración. Emilia Romagna, Marche, Toscana –la lista se puede extender– constituyen muestras significativas: distritos industriales en los que trabajadores, empresarios y políticos colaboraron empáticamente, y levantaron las economías en declive. Un modelo de planificación económica, estratégica, con la visión puesta en el mercado; también en la corrección de los desequilibrios. Para aprender.