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Urgido por lo precario de la suma parlamentaria de fuerzas dispuestas a apoyar su investidura –le faltan cuatro votos para alcanzar la mayoría fijada en 176–, Núñez Feijóo apela al PSOE. Al sentido de la responsabilidad de los diputados socialistas ante el piélago de incertidumbre que abriría la repetición de las alianzas de Pedro Sánchez con partidos declarados enemigos de la Constitución, caso de ERC, Junts o EH Bildu. Pero ese PSOE a cuyas puertas llama Núñez Feijóo ya no existe. A lo largo de los años en la secretaría general, Sánchez ha ido abatiendo los sistemas internos de contrapoder hasta lograr la total sumisión del Comité Federal. Este es un órgano interno que podía quitar y poner secretarios generales, como bien comprobó el propio Sánchez en la crisis que determinó aquella traumática defenestración de la que se recuperó.

Este martes, el PSOE ha dejado atrás su tradición de debate en las agrupaciones y en las instancias del partido para convertirse en una estructura presidencialista. Sánchez decide y manda. Puede establecer alianzas con fuerzas situadas en el extremo del arco parlamentario o convocar elecciones y en el partido se enteran por los medios. Sin debate y sin contestación alguna. Ni siquiera en boca de algunos de los barones. El caso de Vara es significativo. Tras anunciar en su día que dejaba la política, cambió de idea, desembarcó en el Senado y ahora comparece entregado a la causa sanchista haciendo declaraciones en línea con el último hilo de Moncloa acerca del posible encaje de la amnistía en el marco constitucional.

El precio de los siete diputados del prófugo Carles Puigdemont para apoyar la investidura de Sánchez. En ese escenario, las apelaciones de los dirigentes del PP a la responsabilidad de los socialists, por inútiles, se tornan patéticas. Procede recordar que el voto de los diputados es personal e indelegable y que antes que al partido se deben antes a los ciudadanos que les han votado. Lo que pasa en el PSOE no es responsabilidad exclusiva de Sánchez.