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Amedida que nos acercamos al día de las votaciones se evidencia con más fuerza el error cometido por el PSOE al situar el eje de la campaña en la figura de Pedro Sánchez convirtiendo los comicios en un plebiscito en vez de un juicio sobre la gestión del Gobierno que preside. En ese contexto, pinchazos como el del cara a cara con Núñez Feijóo adquieren una relevancia superlativa y anulan o empequeñecen todo alegato relacionado con algunas de las leyes aprobadas por el Ejecutivo de coalición con Podemos que –caso del aumento del salario mínimo o la revalorización de la pensiones– tendrían una ‘venta’ favorable.

El agobiante afán protagonista de Sánchez explica hasta qué punto la campaña nacía marcada por el síndrome de Narciso. Lo que hasta la noche del 23 de julio no sabremos es si en su presumible caída arrastrará al Partido Socialista a cotas de representación incompatibles con mantener un Grupo Parlamentario dotado de un número suficiente de diputados para desempeñar una labor eficaz de oposición.

Los allegados a Sánchez no se han atrevido a decirle que las cosas irían mal si insistía en repetir la fórmula de campaña que desplegó durante las elecciones municipales y autonómicas que llevó al PSOE al mayor desastre desde la caída de Rodríguez Zapatero con una pérdida de poder local y autonómico que nunca antes había sufrido el partido. El Sánchez que después de la derrota del 28 M reunió al Grupo Parlamentario socialista para venderles la moto de que en realidad no era para tanto y justificando el adelanto de las legislativas fue recibido con una ovación que dio pie a evocar ecos coreanos es el mismo que si pierde estas elecciones verá como a muchos de los que aquel día se dejaron las manos aplaudiendo les faltará tiempo para darle la espalda para salir a buscar a otro.
Tengo para mí que esta vez si pierde y la victoria de Feijóo le permite formar Gobierno, sus compañeros no le darán opción a seguir privatizando el partido como lo ha venido haciendo estos últimos años.