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Pasan los días, los meses, los años y seguimos sin conocer el origen de la COVID-19, el virus que paralizó el mundo durante más de dos años y mató a millones de personas. Sin embargo, aunque las
preguntas centrales siguen sin respuesta, periódicamente aparecen noticias que no sabemos si aclaran o confunden aún más las cosas. Como ahora.

La COVID, mucho más que otros asuntos, ha dado pie a cuanta teoría pueda existir, desde algunas verosímiles a otras totalmente alocadas. Las versiones provenientes de China –y de Estados Unidos– no hacen más que enredarnos, porque encima aquí se dirime también la cordura de algunas afirmaciones del expresidente americano Donald Trump en su lucha con el mundo. En todo caso, las miradas están puestas en el Gobierno chino, que parece estar escondiendo la verdad.

Joe Biden quiso aclarar algo encargando que la inteligencia americana estudiara el caso. El resultado ha sido aún peor. El director del FBI, Christopher Wray, hará cosa de un mes declaró que «para el FBI,
los orígenes de la pandemia tienen que ver, muy probablemente, con un incidente en el laboratorio de Wuhan». Vaya, no dice nada concreto, pero permite especular hasta el infinito. Otros organismos americanos, en cambio, se han limitado a decir que no está claro el origen del virus. Lo único que sí se confirma es que la COVID no es un virus creado en un laboratorio. Es decir, que no es cien por ciento una creación humana, pero no se sabe si es de origen natural o parcialmente alterado.

Ahora aparece otra información: en febrero de 2020, justo cuando el virus se expandía por todo el mundo, un científico chino, Zhou Yusen, de cincuenta y cuatro años, quiso patentar una vacuna contra el coronavirus. La petición se presentó, por lo que los científicos de Occidente creen que Zhou debería de llevar al menos tres meses trabajando en el asunto porque no es posible presentar ese material de la nada. Nadie puede interrogar al interesado porque Zhou Yusen, poco después de querer conseguir la patente, murió al caerse del techo del laboratorio de Wuhan en el que trabajaba. Algunos testigos afirman que lo tiraron y señalan que la investigación que estaba haciendo tenía carácter militar. Obviamente, es imposible concebir una historia más sospechosa.

Como ven, lo único indudable que sabemos son las dudas. Todo apunta a que el laboratorio habría estado trabajando en la combinación de virus con fines militares cuando ocurrió una fuga o un contagio que se extendió fuera del laboratorio. Pero nada se puede demostrar con certeza, salvo la contundente afirmación de que el virus no es una creación científica, sino que tiene un origen natural, con más o menos modificaciones.