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Para usted y para mí, ahora empieza una legislatura de cuatro años, de la cual los últimos quince días serán de campaña electoral. Para los políticos, en cambio, se está iniciando una campaña electoral de cuatro años, cuyos últimos quince días servirán para volver a sacar el tranvía como promesa electoral, dependiendo de las encuestas. Por eso, porque están pensando en votos, de un lado Armengol está buscando dónde situarse para poder venderse mejor y, de otro, Prohens cree que sola, sin Vox, podrá estar en mejor posición para ganar en 2027.

Todas las derrotas electorales, tanto de la derecha como muy especialmente de la izquierda, se fraguan en estos días posteriores a las elecciones, cuatro años antes de la siguiente cita con las urnas. Las decisiones que no se tomen ahora, los errores de estos dos o tres meses, ya no los arreglarán nunca y, según su gravedad, decidirán el resultado en 2027. Porque en estos meses se sientan las bases con las que se embarranca o se sale adelante, porque es ahora cuando se nombran los cargos, punto clave para el éxito o el fracaso del proyecto. También en política, todo termina siendo una cuestión de personas.

Para acertar en los nombramientos hay que conocer dos cosas previas: por un lado, qué se quiere hacer y, segundo, cómo se ha de hacer. No se crean que todos saben qué han de hacer y mucho menos, cómo. Sobre todo porque, encima, hay que anticiparse al rival y robarle la agenda. Ir a remolque es morir. Por ejemplo, la izquierda pensó alguna vez hace cuatro años en cambiar el turismo, pero nunca tuvo la más remota idea de cómo hacerlo. Ahora mismo, nadie sabe qué quiere hacer Prohens de verdad, aunque es posible que ella sí lo sepa.

A partir de aquí, hay que nombrar a la gente adecuada, que sepa cómo lidiar con la burocracia funcionarial. Y con los ciudadanos afectados. Este es un desafío titánico porque, por un lado, la especialidad de la maquinaria pública es bloquearlo todo y, por otro, gobernar siempre es molestar a alguien y eso hay que hacerlo con diálogo, para que los daños sean controlables.

La izquierda nunca tuvo gente cualificada en ninguno de los dos sentidos. El perfil medio era el de soñadores que no sabían donde pisaban. Una consellera llegó a decir en un Consejo de Gobierno que iba a hacer un gasto importante, ignorando que tenía que abrir un expediente, convocar un concurso y que aquello, si se lo aprobaban, tardaría lo suyo. A partir de ahí, ya se imaginan. Muchos decían que estaban agotados porque contestaban el teléfono e iban a actos públicos, como si ese fuera su trabajo y no un estorbo inevitable.

La derecha, en cambio, solía tener en su órbita a buenos profesionales que, lógicamente, no han aguantado ocho años de travesía del desierto. Ahora, Prohens rasca debajo de las piedras y no encuentra a nadie. Una vez que alguien trabaja en el sector privado, es imposible volver a la Administración.

Este es el desafío. Si no se lee bien el escenario o si se yerra en la selección del equipo, aunque estamos a cuatro años, se estarán perdiendo las elecciones del 2027. Así de fácil. Porque una vez creado el equipo, no hay vuelta atrás. Se crean implicaciones emocionales difíciles de corregir. En el mandato que acaba, la mayoría de los gestores de izquierdas –gestores, es un decir– estuvieron dos años para darse cuenta de que no podían hacer nada, que todo es una carrera de obstáculos puestos inteligentemente por los funcionarios o, también, por otros políticos anteriores que irresponsablemente, por un estúpido titular de prensa, ataron de pies y manos al Govern. Y, además, en general despreciaron a los discrepantes. Ellos lo sabían todo.

Prohens, además, tiene que decidir su relación con Vox. De que estén dentro o fuera dependerá hacia donde escupan. O meen. Si la emproan a ella, será un calvario. Pero después del prólogo, Prohens tendrá dos capítulos fundamentales que abordar: por un lado el discurso y por otro la gestión. La derecha suele pensar que basta con asfaltar calles, ignorando la utilidad del relato; la izquierda, en cambio, nos cuenta una milongas maravillosas, pero suele ser inútil trabajando. Si coincidieran las dos capacidades, tenemos gobierno para rato. La gestión al final puede funcionar, pero el secreto será construir una narrativa que apacigüe la tensión y sea creíble. Y eso exige abordar las cuestiones de género, lingüísticas e identitarias con claridad, dando la cara, porque la oposición será dura y no estará para dialogar. Hay que abrir caminos moderados, dialogantes, civilizados, en los que quepamos todos, porque todos hemos de convivir aquí sin matarnos.