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Adjetivar es una práctica peligrosa, además de farragosa y causante de hinchazones textuales muy antiestéticas, porque si los sustantivos son relativamente estables y se puede confiar que duren con pocos cambios al menos una generación, los adjetivos son volátiles y mudadizos, muy sujetos a las modas del momento y el desgaste del tiempo (fatiga de los materiales), y a la que te descuidas ya no significan lo que significaban. Desigual, por ejemplo, que ahora significa pobre. Además, suelen ser caníbales, hay mucho canibalismo entre los adjetivos, y de pronto alguno poco usado se zampa a otro, o a varios, y multiplica su potencial calificativo hasta servir para todo. Por ejemplo, el adjetivo ‘adecuado’, que indicaba si algo era apropiado para alguien o algo, y en la actualidad, tras zamparse a docenas de colegas (verdadero, bueno, correcto, inteligente, acertado), ya no decimos si ese algo es bueno o malo, verdadero o falso, inteligente o idiota, grosero o educado, sino sólo si es adecuado o inadecuado. Para qué más. Si es adecuado, por fuerza será bueno, verdadero, etc. Y si no se ajusta a los propósitos de ese alguien o algo (los que mandan), en tanto que inadecuado será falso, grosero, maligno y demás calificativos de rechazo. Se trate de ideas, trabajos, comportamientos o asesinatos, lo único que importa es si son o no son adecuados. Y ojo, porque si te califican de inadecuado es peor que si te llamasen cabronazo, o cabronazo imbécil. Total, que si adjetivar siempre fue una labor ingrata y fatigosa, capaz de arruinar un texto o discurso (los adjetivos ya echaron a perder la Biblia), y los últimos autores que sabían lucir adjetivos (o adjetivar de maravilla sin ellos) nacieron en el siglo XIX, en el presente ya es un empeño inútil que provoca confusión. ¿Por el desgaste idiomático? En parte. Primero desaparecen los sustantivos, luego fallan los verbos, y al final estallan los adjetivos, sean calificativos, posesivos, indefinidos o comparativos. La adjetivación excesiva a lo loco hace el resto. Habrán notado que en los discursos y los comentarios políticos, ni se sabe qué se adjetiva, ni ningún adjetivo significa nada. Salvo inadecuado, que lo significa todo.