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Anoche soñé que gobernaba en solitario». La frase, que recuerda al inicio de la inolvidable Rebeca, no es precisamente de Daphne du Maurier. Casi con seguridad, en alguna ocasión Francesc Antich o Francina Armengol han fantaseado con un gobierno socialista sin las incómodas muletas de Més o Podemos, algo que está muy lejos de poderse dar porque, al menos por lo que hace a los de la alfabeguera, su electorado está siempre dispuesto a votarles, por más bandazos que den entre el ecologismo más o menos radical y el independentismo con aroma a pólvora de Bildu.

Sin Pedro Sánchez en Madrid, y sin los socios radicales, la historia para el PSIB pudo haber sido otra, aunque Armengol se haya mostrado en todo momento acrítica con los desvaríos de su jefe y tolerante frente a las memeces podemitas, por lo que ha acabado pagando la cuenta de sus errores, de los de sus socios y de los del madrileño. Así le ha ido.

El Partido Popular, en cambio, ha podido gobernar sin muletas en distintas ocasiones, la última de las cuales acabó como el rosario de la aurora por mor de las ínfulas autoritarias del boticario de Marratxí, que alimentaron la revuelta general y los últimos ocho años de Pacte.

La izquierda jugaba en los comicios del domingo la carta del miedo a Vox como baza principal. Votar al PP es entregar el poder a Vox, decían. De Bildu y Podemos no hablaban, claro.

Pero hete aquí que la mayor parte del electorado de centroderecha entendió perfectamente que, para deslegitimar al adversario, lo mejor era acabar con ese discurso frentepopulista de bloques y otorgar una mayoría suficiente a Marga Prohens para gobernar en solitario. El número de la suerte el domingo era el 26 y la campanera apostó fuerte y ganó, como hacen todos aquellos que creen firmemente que la fortuna solo se encuentra tras el trabajo arduo.

El PP no necesita, por fortuna, a Vox, aunque sería un error no contar con la opinión de esta fuerza en algunas cuestiones, porque no hay que olvidar que la inmensa mayoría de su electorado votaba en el pasado a los populares y no es descartable que vuelva a hacerlo cuando se desaceleren sus pulsaciones, disparadas por mor de los disparates del sanchismo.

Me gusta tan poco el populismo de derechas como el de izquierdas, pero llamar ultraderecha a Vox es solo una hipérbole más entre tantas otras con las que los socialistas y sus socios pretenden jugar la carta del miedo a Franco resucitado. Vox es ya el único argumento de ese discurso del miedo, que ha calado entre los progres, porque hasta el líder CCOO en Balears hacía un llamado anteayer al PP para que no entregara la Conselleria d’Educació a Jorge Campos, como si tal posibilidad fuera real.

Quienes conocemos a Prohens sabemos perfectamente que lo último que haría sería reabrir guerras con el sector educativo, de forma que los únicos que verán a Vox al frente del departamento serán Armengol y Apesteguia en sueños, porque esa sí sería gasolina de alto octanaje para la izquierda.

La convocatoria electoral de julio no permite hacer un alto para reflexionar, porque Sánchez no quiere que la gente tenga tiempo para pensar, pero el 24 de julio de 2023 los españoles tenemos que empezar a desterrar esta indecente manera de hacer política enfrentando a los ciudadanos.