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Sí, lo confieso. Yo fui uno de esos miles de palmesanos que durante su infancia dieron de comer a las palomas que entonces vivían mayoritariamente en la plaza de España. En concreto, les lanzaba miguitas de pan de mis bocatas de margarina o de crema de cacao, que no me entusiasmaban especialmente. También daba de comer a los gatitos que había en El Molinar y a los cisnes de s’Hort del Rei. Hoy ya no lo haría, esencialmente por tres motivos, porque así lo dicta la normativa municipal, porque no quiero disgustar a nuestro querido alcalde, José Hila, y porque hace años que dejé atrás aquellos bocadillos, por el azúcar y el colesterol. Pero es que aunque quisiera, tampoco podría hacerlo, esencialmente por tres motivos, porque ya no vivo en El Molinar, porque ya no hay cisnes en s’Hort del Rei y porque las palomas parecen haberse mudado definitivamente de la plaza de España, incluso antes de que empezasen sus enésimas obras de reforma. Ahora resulta mucho más fácil poder toparse con ellas por la calle Aragón o por la calle Manacor, compartiendo espacio y esquivando patinetes junto con los gorriones y los estorninos. Los vencejos, por su parte, continúan alegrándonos desde el cielo de Palma, mientras que las gaviotas siguen fieles al Paseo Marítimo. Aun así, parece ser que estas últimas podrían cambiar de ubicación quizás muy pronto, situándose de manera mayoritaria entre la calle Palau Reial y la plaza de Cort. O eso es al menos lo que he oído decir, aunque también es verdad que la ornitología no siempre acaba resultando una ciencia exacta.