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Cuando no había ni Internet ni móvil, los niños nos entreteníamos como podíamos. Por entonces, en el jardín del fondo de mi casa teníamos algunos animales de corral que durante una época fueron objeto o víctimas de mi atención. En una ocasión, haciendo de granjero, se me escaparon las gallinas. Para que volvieran, se me ocurrió ponerles pienso dentro del gallinero. No falló: se lanzaron desesperadas, para acabar estrelladas contra la alambrada. A cada lado yo había dejado las puertas del corral abiertas de par en par, pero ellas se empeñaron en seguir la ruta más corta hasta su comida. Como por entonces no había leyes de protección animal, con una escoba intenté reconducirlas hacia las puertas abiertas, pero reaccionaron como si quisiera alejarlas de la comida que estaba allí, al alcance de sus ojos. En realidad, era verdad que las llevaba en sentido contrario, pero sólo era para sortear el obstáculo. Mi fórmula iba a ser más satisfactoria aunque inicialmente no lo pareciera.

Ese día pude ratificar cuán idiotas son las gallinas, empeñadas en avanzar en línea recta. La inteligencia consiste en conseguir el resultado buscado, a veces incluso haciendo lo que aparentemente es opuesto al objetivo. Mi perro y gato lo habrían logrado.

Esta imagen de mi infancia me viene a la cabeza cuando veo cómo el Gobierno ha decidido topar el precio del alquiler como solución para el encarecimiento de la vivienda. Exactamente lo que hubieran legislado mis gallinas: si el precio es alto, lo bajamos y listo. Algún motivo debe de haber para que nadie en el mundo civilizado vaya por este camino. Y eso debería hacernos sospechar.

El problema de la vivienda es bien sencillo: si hay más demanda que oferta, los precios suben. Y al revés. Eso explica que en el interior de Aragón o de Castilla los precios sean irrisorios y en Ibiza o en Mallorca sean imposibles. No hay más. Un asunto completamente elemental.

Los gobiernos pueden prohibir la construcción en cuanto lugar se les ocurra, pero si la demanda sigue creciendo, y si además se han autorizado que más de cien mil viviendas se destinen a los turistas, es inevitable que el precio aumente. Si encima la Justicia es incapaz de asegurar que los alquileres se pagan, si se corre el riesgo de que un intruso deje al propietario sin vivienda, entonces la retracción de la oferta puede ser muy importante y empeorar las cosas.

Por supuesto, es ridículo comparar a la izquierda con las gallinas, aunque a veces creo que algún líder, en algún tema, pueda estar a ese nivel. Para entender de verdad esta ley hay que recordar que estamos a punto de ir a las urnas y el gobierno necesita mostrarse como resolutivo. Algo que una gallina jamás intentaría.

Además, es imposible que el PSOE no recuerde que fue un socialista, Miguel Boyer, quien acabó con los topes a los alquileres que había aplicado el franquismo. Gracias al PSOE, se liberaron las rentas y así el dinero volvió a fluir a las ciudades españolas, rehabilitando sus centros. Hasta hoy, miles de ciudadanos que no entienden de bolsas de valores ni de renta fija, compraban pisos para que sus alquileres les garantizaran un retiro digno. Algo absolutamente legítimo que este retorno al modelo franquista comienza a desmontar.

Yo estoy convencido de que los responsables de este estropicio entienden perfectamente lo que están haciendo, pero saben que esta ley provocará la satisfacción inmediata de los inquilinos mientras que el enfado de la sociedad en general tardará mucho más en llegar. Se trataba de escoger entre la emotividad de ayudar al débil, o la responsabilidad de aplicar políticas que a medio o largo plazo aumenten la inversión en vivienda. Lo cual equivale a escoger entre avanzar en dirección al pienso o recular y alejarse. Ahora se verá que nos acercamos al pienso, aunque después de las elecciones nos estrellaremos con la alambrada. Pero es que ahora sólo queda tiempo de acudir a la emoción y no a la responsabilidad.

Tal vez en cinco años ya se empiece a ver un declive en la oferta de viviendas, que será más notable aún más tarde, al tiempo que la renovación y modernización comenzarán a caer. Para cuando esto ocurra, ya habrá habido muchas elecciones y los responsables de esta ley absurda no estarán. «El que venga, que apechugue», suelen pensar los políticos en ejercicio. El desaguisado quedará para otro.
La propuesta de ley de alquileres pactada es absolutamente tremenda por los efectos que tendrá. Sin embargo, cuando vemos que no hace tanto el propio Gobierno le decía a Bruselas que jamás haría algo así, debemos esperar que tenga el futuro de la ley del ‘sólo sí es sí’.