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Los pueblos que olvidan su identidad están condenados a morir. Es lo que pienso siempre, cuando alguien me hace su particular declaración de amor a Mallorca para explicarme, inmediatamente, que no habla catalán aunque lleva cuarenta años viviendo en la Isla. Puede que esa misma persona mande a estudiar a sus hijos a Irlanda todos los veranos para que aprendan inglés. Debe de ser que el catalán es una lengua dificilísima de aprender para un castellanohablante, y el inglés algo muy sencillito, un pasatiempo sin importancia.

La identidad de un pueblo es sobretodo su lengua: la forma de nombrar el mar, los vientos, los árboles y los pájaros. Las palabras que nos nacen del alma. Sin embargo, la cultura de un pueblo son también sus costumbres, creencias, ritos, códigos, gastronomía. Un tesoro inmenso que tenemos que intentar salvar, si apostamos por nuestra supervivencia.

Me alegró la iniciativa del Govern balear para hacer un concurso de panades mallorquinas, a mi juicio uno de los manjares más deliciosos del mundo entero. El Mercat de Santa Catalina fue la sede del I Concurs de Panades de Me de Mallorca, un certamen organizado por la Dirección General de Polítiques per a la Sobirania Alimentària, de la Conselleria d’Agricultura Pesca i Alimentació. Hubo tres ganadores: el Forn de Santo Cristo, el Fornet de la Soca i el Forn de Can Rafel de Búger.

Felicito a los ganadores. La panada que ha sido aclamada como la mejor es la recuperación de una antigua receta antiquísima del Forn de Santo Cristo. Ante la insistencia de una clienta, que durante años les recordó que habían hecho panades de me con miel, se decidieron. De eso se trata: experimentar, recuperar viejos sabores que degustaron nuestros abuelos y que hemos ido borrando del mapa. Enhorabuena a María Mas, quien ha asumido el reto de salvar una parte de nuestra gastronomía.

Hace tiempo que conozco a los propietarios del Fornet de la Soca, quienes quedaron en segundo lugar en el concurso. Admiro y respeto su magnífico trabajo de recuperación de nuestra gastronomía. Son grandes maestros de una repostería perdida que recuperan para nosotros. Nuestros paladares y nuestro amor por nuestra identidad aplauden tres hornos mallorquines.