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El pasado 21 de marzo, los máximos dirigentes de China y Rusia, Xi Jinping y Vladímir Putin se reunieron en Moscú y acordaron una importante declaración conjunta. No deja de ser curioso que la alergia que experimentan ambos dirigentes para suscribir declaraciones con países democráticos se convierta ahora en entusiasmo cuando es entre ellos.

China busca sustituir a Estados Unidos en el liderazgo mundial o cuando menos sabotearlo y Putin buscaba oxígeno para su deteriorada imagen y su economía renqueante. Para ello, no les ha importado suscribir cualquier principio o intencionalidad. ¿No es un enorme sarcasmo que Putin suscriba un documento que habla de la «irreversible tendencia histórica hacia la paz»? ¿Cabe mayor desvergüenza que la de afirmar que «ambas partes promoverán constantemente los derechos humanos a escala nacional y mundial»? No hay mayor violación de los derechos humanos que la agresión contra Ucrania. Rusia ha sido expulsada del Consejo de Europa por sus constantes burlas de la carta europea de los derechos humanos.

En cuanto a China, todo el que la conoce sabe a qué atenerse. Estando en Pekín de cónsul, una chica española fue detenida por una cuestión nimia de permisos de trabajo. Cuando le pregunté al policía de que la acusaban me contestó «no tenemos por costumbre dar esta información». Fantástico.
Si estos dos jefes de Estado pretenden liderar el nuevo orden mundial multipolar, estamos perdidos. Sobre todo, cuando dicen que se oponen a «una falsa narrativa sobre la supuesta oposición de democracias y autocracias».

Es bueno que China salga a la palestra para que su opinión sea tenida en cuenta dado su actual potencial, pero un país en el que la libertad está subordinada al interés del Partido único gobernante no puede aspirar a liderar el orden internacional. Sería tremendamente peligroso.

Es empíricamente cierto que se puede conseguir una economía robusta sin democracia. Pero es también cierto que solo la democracia y la libertad proporcionan seguridad. En los regímenes totalitarios se distorsiona la realidad con desfachatez. Los dos grandes líderes no tienen empacho en instar a todos los países a «promover valores universales como la paz, el desarrollo, la igualdad, la justicia, la democracia y la libertad» pero deberían empezar por sus propias casas y no suscribir contradicciones flagrantes.

Basta con ver el texto sobre Ucrania: «Ambas partes piden el cese de todas las medidas que contribuyan a la escalada de la tensión y a la prolongación de las hostilidades, para evitar una mayor degradación de la crisis hasta su transición a una fase incontrolable».

O sea, no me pidan que me retire de Ucrania, pero yo sí les diré lo que tienen que hacer. Lo dicho, no son de fiar.