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El pasado 20 de octubre, en el Taller 6A de la calle Puresa, hubo un destello. No fue un destello luminoso, sino artístico; pero capaz de deslumbrar incluso a los espíritus más    obnubilados. Ramon Canet, después de aproximadamente una década de silencio expositivo, mostró su obra reciente en el Taller 6A. Esta exposición, no solamente es de agradecer por la intrincada situación actual de la vida en general y del arte en particular, sino que es crucial para reflejar que en arte no se puede dar todo por dicho ni hecho. Y que la vida, para ser completa, además de alimento para el cuerpo, necesita      luminosidad para el espíritu. Por esta razón Canet se ve obligado a evidenciar que su arte no puede circunscribirse a algo concreto, porque necesita exponer una    versión natural de sus    inquietudes fundamentales. Alerta al espectador para que la contemple desde todos los    puntos de vista. Mantiene que a su arte no quiere limitarlo a lo cotidiano, que    necesita, en mayor o menor medida según el momento y las circunstancias, dar una versión imperecedera; la que no puede centrarse en    contingencias porque necesita exponer su anhelo íntimo, por único e insólito que pueda ser. Es preciso notar que es    difícil de crear y de observar por ser esencialmente genuino; pero que el observador, al haberlo visto y asimilado, le resulta indeleble porque ya se lo ha apropiado.

    Al iniciarse el arte abstracto muchos notaron a faltar el relato; pero éste, sin la sensación mencionada, no puede ir más allá de la mente, y ésta    tiene una influencia muy relativa en el progreso vital    de la persona. Por esto la sacudida psíquica al espectador debe ser el objetivo ineludible del arte. El relato puede estar realizado mediante una estética excelente; pero si no es capaz de conseguir esa sacudida se puede quedar en bella anécdota.    Con la abstracción puede parecer más difícil, tanto para el creador para lograrla como para el espectador para asimilarla; pero de vencerse esa dificultad el resultado es mucho más fructífero e imperecedero. Aunque de    no superarlo queda como una simple petulancia. Lo primero que percibí al entrar en la 6A fue que no    vería una exposición al uso. Es decir, que su autor no buscaba ningún elogio, ni siquiera asentimiento, porque lo que expresaban    las obras expuestas, fuesen telas, pinturas sobre papel o grabados, eran su afirmación ineludible. En cada una de ellas se sentía la misma aseveración: Más allá de conveniencias he hecho lo que me      dictaba mi interior. A los que no les plazca deberán acudir a otras fuentes para satisfacer sus deseos.

En esta exposición del Taller 6A, Ramón Canet muestra que todavía es capaz de transferir sensaciones aptas para enriquecer al espectador. Y si esto    es    siempre de agradecer, mucho más lo es en los tiempos actuales, donde tantas y tan crueles circunstancias estamos padeciendo. Por esto debemos agradecer al Universo que Canet siga con las facultades necesarias para poder obsequiarnos con una muestra como ésta, capaz no solamente de recordarnos que todavía seguimos vivos, sino también    de lograr iluminarnos para que podamos sentir, mediante su arte, un conjunto de      calidades imprescindibles para ennoblecer y enriquecer la vida. La obra    de Ramon Canet expuesta este otoño en el Taller 6A podrá agradar o no, podrá ser aceptada o no, pero es un discurso estricto de lo que quería expresar. Sin anécdota, exclusivamente su íntima expresión. Raramente se ven unas obras artísticas en las cuales el autor pueda decir tan alto y    claro que él y ellas son uno; sin la menor concesión a nada que no sea su genuino anhelo expresivo.