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Un día una niña se lanza desde la ventana de su casa y muere. En el escritorio de su cuarto infantil, una nota: «Lo siento, no puedo más».

Problemas de alimentación, autolesiones, irritabilidad, un muro de silencio cada vez más alto tras el que sólo se oye: «No me pasa nada».

Una familia que no sabe, que no entiende, que quizás confunde lo que ve con las ‘cosas de adolescentes’. Ya se le pasará.

Un colegio que no detecta lo que ocurre, que no ve las señales, que si las ve, no actúa. ‘Cosas de niños’.

Y el círculo que se va cerrando. El acoso puede ser físico, verbal, en ese móvil convertido en un arma que hace de ese niño en meme, pura burla, nada.

Los agresores, siempre en grupo. Necesitan espectadores y también cómplices y ahora –¡qué maravilla!– la posibilidad de grabar la agresión, convierte su hazaña, replicada miles de veces, en el mejor video de Tik Tok que nunca hubiesen imaginado.

El niño Izan, en el fondo, tuvo suerte. O más bien un hermano mayor que con la prueba en sus manos, lanzó a las redes sociales el video (grabado por los agresores) de la enésima humillación de su hermano pequeño.

El colegio Es Puig de Lloseta amenazó con denunciar a la familia por hacer público ese vídeo y señalar al claustro de profesores como responsables.

Que si fue en una actividad de tiempo libre, que si hay que tener pruebas para acusar a todo un claustro, que si son cosas de críos. Excusas.

A todo aquel que vio al niño Izan sentado en el suelo, llorando, mientras sus compañeros le insultaban en su cumpleaños más amargo, se le movió algo por dentro. Imagínense a su hermano viéndolo cuando ya llevaba todo el día circulando por los teléfonos móviles de Lloseta.

¿Denunciar a la familia? No lo entiendo. Cuatro años de acoso en el colegio ¿Qué más da dónde fuese el último de los episodios? ¿No sería más lógico pensar por qué motivo lo que a todo el mundo le ha conmovido, a uno le parece ‘cosas de críos’?

En ese colegio de Lloseta tienen un problema. Y no es –como seguramente parte del claustro piensa– que el colegio se haya dado a conocer por un episodio tan triste.

El problema, no es sólo que no hayan visto que durante cuatro años, tenían a un niño (o quién sabe cuántos más) que sufrían. La cuestión es qué pasa en ese centro y en otros muchos para que no se aprecie que hay niños a los que la crueldad les divierte, que carecen de empatía y que no creen, en absoluto, que lo que hacen esté mal.

O que haya otros tantos que jaleen a los que acosan, que se rían ante el sufrimiento ajeno o que callen cuando ven humillado a un compañero.

¿Qué conductas ven en sus familias? ¿Cuáles son sus valores? ¿Cuáles son los que se enseñan en la escuela?

Ojalá Izan fuese un caso aislado. Pero no lo es. Si acaso un número más en una estadística que va en aumento. De hecho, el mismo día que se supo la historia de Izan, una niña, Saray, intentaba poner fin a su vida en Zaragoza ¿El motivo? Acoso escolar.

La investigación de la Guardia Civil acerca del caso del niño de Lloseta concluye que los menores que humillaron a Izan y que grabaron el vídeo son inimputables debido a su edad y que «no han encontrado indicios penales contra profesores y monitores» y aunque todo apunta a que los acosadores «actuaron de forma planificada y sincronizada», no fue más que «una gamberrada». Quizás sea así desde el punto de vista legal, pero esa conclusión –«una gamberrada»- duele. Ojalá no tengan que arrepentirse de ella.