Celeste Rodríguez, profesora de dibujo de mandalas.

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Puede que a simple vista parezcan meros dibujos o pinturas, pero esconden tras de sí toda una filosofía, tan antigua como práctica en los días que corren. Los mandalas cobran cada vez más popularidad como herramienta para combatir el estrés y reconectar con las emociones más profundas, especialmente útil para aquellos a los que con el yoga o la meditación no hayan logrado alcanzar ese estado de paz que se persigue.

Habitualmente se tiende a comprar en un quiosco un cuaderno con dibujos a los que llaman mandalas, que luego se pintan para relajarse. La realidad es que aquello es solo un espejismo de la verdadera filosofía de esta práctica milenaria. Su origen se pierde entre las brumas del tiempo, y relaciona a las culturas budista e hinduista. «La palabra ‘manda’ significa en sánscrito ‘contenedor’, en referencia al círculo; todo lo que está dentro es el ‘la’, lo que ‘es contenido'», explica Belén Juárez, maestra de yoga y experta en mandalas. En su interior, se suceden combinaciones de motivos florales y geométricos, comunes también en otras civilizaciones, según el ilustre psiquiatra Carl Jung, porque son un lenguaje inherente a la memoria genética humana.

«Se dice que el dibujo representa la conexión entre el macrocosmos y el microcosmos. Vivimos en un mundo circular, en el cual a veces creemos que somos únicos y a parte. El mandala nos recuerda esa unidad entre nosotros y el universo. Somos uno. Cuando uno va generando esta experiencia de crear el mandala, entra en un estado de conexión con algo que es totalmente irracional, un dibujo, que aflora nuestro interior, nuestros ser», detalla Juárez.

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Belén Juárez, con algunos mandalas hechos con hilos, bordados, o pintados, muestra del gran abanico de versiones que se pueden realizar. Foto: P. Bota.

No es requisito indispensable disponer de dotes artísticas. Simplemente el colorear uno de los diseños tradicionales que se venden, ya induce a ese estado de concentración. Dominado esto, el arte de los mandalas se extiende hasta lo que la creatividad de de sí: se pueden dibujar, tejer o incluso bordar. El ejercicio se abre al libre albedrío, tanto en los colores, diseños o técnicas manuales. Aunque, al mismo tiempo, tiene sus premisas: no se puede rectificar (cuando uno se equivoca ha de seguir con el diseño, como práctica para enfrentarse al error y ver, después, que en el marco general no destaca tanto) y los colores se han de elegir en el momento, según el pálpito que se sienta. Quizá el punto más difícil de poner en práctica es el hecho de tener que romperlo al haber terminado, del mismo modo que los monjes budistas esparcían los polvillos con los que creaban mandalas sobre el suelo, todo para trabajar el desapego y recordar lo efímero de las cosas.

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Diseños de mandalas, hechos con cartulina, punta fina y lápices de colores. Foto: M.A. Cañellas.

Celeste Rodríguez también divulga en Mallorca este arte, organizando periódicamente talleres en Mallorca los que enseña las bases introductorias a lo largo de una mañana. Descubrió la práctica de los mandalas cuando vivía en Oriente Medio, trabajando de organizadora de eventos deportivos, un trabajo de altísimas dosis de estrés. «Al estar a las puertas de Asia, pude viajar muchísimo por la zona y entré en contacto con la cultura budistas», rememora. Fue en un retiro en un monasterio budista donde aprendió, entre otras técnicas, la de los mandalas. Al volver a Occidente, siguió investigando y formándose en esta área: «Creo que es especialmente útil para aquellos que hayan probado otras formas de meditar, como el 'mindfulness' o el yoga, y no les hayan funcionado. Lo que se supone que haces con la meditación es concentrar tu atención en la respiración y es muy fácil perder el hilo, pero con un mandala, la atención se centra en una acción, pintar el mandala, y es más difícil perderse, aunque el efecto es muy similar».

Prueba de que no se trata de simples manualidades es que muchos psicólogos recomiendan la práctica de los mandalas a sus pacientes, en vista de la larga lista de beneficios que aportan: desde calmar el sistema nervioso, potenciar la concentración y la creatividad. «Lo que hacemos es generar un estado de lo que se conoce en sánscritro como ‘ekagrata’, unidireccionalidad de la mente. Cuando nos ponemos a pintar, primero pasamos por un estado de atención -estamos conectados con el dibujo que estamos haciendo-, ya que la mente no está en lo que vamos a hacer luego. Toda la atención se concentra en el presente y en el dibujo que estamos haciendo. Cuando esto se prolonga un cierto tiempo se transforma en un estado de concentración o ‘gharana’», apunta Juárez, quien anima a probarlo como forma de vivir una vida más consciente con el exterior y con uno mismo.