Jaume Conti, en una imagen de 2015. | M. À. Cañellas

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Jaume Conti i Borràs murió este martes a los 82 años en su casa de Bunyola. Estas líneas podrían servir para reconocer su trayectoria como primer alcalde de Bunyola en democracia o para rendirle tributo como fundador y director de la Coral Polifónica de Bunyola. Pero permítanme que este obituario sirva esencialmente para agradecer su labor como maestro y director del colegio Pius XII, en los años de mayor esplendor del centro educativo de la calle Arquitecte Bennàssar de Palma.

Allí estudié durante quince años, coincidiendo con los tiempos de Conti como ‘arquitecto’ del prestigio que legó a sus sucesores. Jaume Conti abrió las puertas y ventanas del antiguo Ramiro de Maetzu para que a través de sus quicios soplara el aire fresco de la Transición.

Con exquisito respeto a la tradición, Conti convirtió Pius XII en un referente de la modernidad cultural desatada con el advenimiento de la democracia. Todo ello, otorgando a la lengua catalana (sin las estridencias de hoy) reconocimiento público y uso normalizado; mientras que con él, siendo profesor de castellano, aprendimos a redactar sin faltas de ortografía al dictado de La Colmena de Camilo José Cela. Bajo su dirección, a principios de los 90, apareció la revista escolar El Lleó de Pius XII, en la que tuve el honor de colaborar, dando rienda suelta a una vocación que se ha convertido en profesión. Pero si hay algo que no olvidaré de Jaume Conti, de lo que le estaré siempre en deuda, es de haberme contagiado el amor por la música clásica con aquellas audiciones de los lunes a primera hora de la mañana.

En los patios helaba, pero en la biblioteca el espíritu se enardecía en el descubrimiento del Canon de Pachelbel, los Conciertos de Brandenburgo de Bach o el Réquiem de Mozart (confutatis maledictis...). Conti se ha ido, pero la llama sigue ardiendo.