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Fue el arquitecto de los vivos, pero también de los muertos. Gaspar Bennazar, conocido como s’Arquitecte, protagoniza un extenso estudio que se presentará en formato libro el próximo martes, a las 19.00 horas, en el hotel Can Brondo Architech. El título del libro es Gaspar Bennazar Moner s’Arquitecte. Arquitectura funeraria y sociedad mallorquina en el cementerio de Palma (1901-1903) y la autora es su nieta, Maribel Bennazar.

Mientras Palma vivía su crecimiento más allá de las murallas y el arquitecto y urbanista diseñaba las líneas del Eixample, también hizo lo propio con el cementerio de Palma. El autor de s’Escorxador, Passeig Sagrera o el edificio de l’Àguila, fue un trabajador incansable con más de 1.400 obras firmadas por él. Pero también extendió sus redes en el camposanto de la ciudad.

«Justo para él no hizo nada. Era un hombre muy sencillo», advierte su nieta ante su tumba. Frente a soberbios panteones y capillas opulentas que daban cuenta de la importancia de la familia que acogen, para él mismo diseñó una sencilla sepultura con una puerta metálica sin ningún adorno. Bennazar diseñó una Palma en pleno apogeo y el incremento de la población se tradujo en una expansión del cementerio. Según explica su nieta «también hizo las catacumbas que fueron empleadas en el año de la gripe», en 1918, que disparó la mortalidad en todo el país.

Su nieta ha analizado en más de 400 páginas los 180 proyectos de sepulturas, aunque se llevaron a término 176. Un paseo por el cementerio palmesano revela la presteza con la que Bennazar diseñó el sueño eterno de los palmesanos.

«Las tumbas eran una demostración de estatus social. Aquellos que hicieron fortuna en Puerto Rico o Argentina volvían a Palma y mi abuelo les hacía la casa de Palma y la sepultura», cuenta Bennazar. Las esculturas y las profusas decoraciones predominan en estas construcciones funerarias que se divisan incluso desde la calle Jesús.

Entre las obras funerarias destaca la cripta de estilo modernista de la familia Roses, que emigró a Puerto Rico y se dedicó a la producción de ron y luego regresó a la Isla. O la magnífica construcción de estilo neogótico para acoger a Maria Luisa Vaquer, viuda de Campomar, «que emigraron a Argentina y Uruguay para la producción de tejidos».

La capilla de la familia de industriales Alzamora juega con el estilo neoclásico pero en la cúpula se instala un trencadís o mosaico «típico del modernismo; mi abuelo tenía la habilidad de casar distintos lenguajes arquitectónicos», afirma la autora.

En la obra que presentará la semana que viene, Maribel Bennazar hace un estudio de las tumbas pero también de las familias que hicieron el encargo. «Las mujeres en aquella época no pintaban nada y las únicas que se hacían sus propias tumbas eran las viudas o las que consiguieron ejercer una profesión, como las maestras». Los archivos familiares están repletos de obras de Gaspar Bennazar, que se diseminan por toda la ciudad.

«Conservo 56 de sus agendas donde apuntada cada día las obras que visitaba», dice la estudiosa. El que fuera arquitecto municipal durante treinta años, también se encargaba de las obras de la Diócesis de Mallorca y llevaba a cabo proyectos privados. Ahora su nieta saca a la luz estos trabajos.