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Miquel Grimalt, Joan Bauzà y Joan Rosselló, geógrafos del grupo de investigación Climaris, de la UIB, son los autores del capítulo Crecimiento urbano y aumento del impacto de las inundaciones en Palma: una pérdida de la capacidad de resiliencia (original en inglés), que integra el libro Resiliencia ante desastres y asentamientos humanos (también en inglés), de la editorial Springer Nature.

Los autores explican que el trabajo «es una visión histórico-espacial del nacimiento y la expansión de Palma y la relación con sus torrentes, con un hecho que fue un auténtico punto de inflexión: la inundación de sa Riera de 1403, que provocó 5.000 muertos en la ciudad».

Grimalt se muestra categórico al afirmar que «Palma es el lugar más peligroso de Mallorca en riesgo de inundaciones, y lo es con diferencia». Los geógrafos explican que «Palma es inundable en tres zonas: la falda de na Burguesa, los torrentes de Bàrbara y Gros, y el Prat de Sant Jordi. La primera abarca los torrentes de Sant Magí, S’Aigo Dolça y del Camp den Serralta, y hay calles del Terreno, Sant Agustí, Son Armadams, sa Vileta, Son Roca y Can Valero que son xaragalls o torrenteras. Los torrentes de Bàrbara y Gros afectan a Son Castelló, Son Malferit, el Hospital Son Llàtzer, Son Ametller, es Rafal, es Vivero, sa Indioteria, es Molinar, sa Gruta y Ciutat Jardí. Por su parte, el Prat de Sant Jordi puede inundarse por afluencias superficiales y por subida del nivel freático, pudiendo afectar al aeropuerto, s’Aranjassa, sa Casa Blanca y la Ribera. Se podría añadir una cuarta zona inundable: el Torrent dels Jueus, en el límite con Llucmajor y en una zona plenamente turística».

Curiosamente, sa Riera era el torrente más peligroso de Palma y ahora, según los investigadores, «no presenta tantos problemas. En 1613, dos siglos después de la gran inundación de 1403, el curso fue taponado y desviado por el foso de la muralla. Aun así, hasta 1850, recuperaba ocasionalmente el trazado original e inundaba la ciudad. Por ejemplo, en 1835, el caudal saltó la nueva muralla y mató a decenas de personas, con un caudal presumiblemente igual o mayor que el de 1403. Durante este tiempo, el lecho desviado de sa Riera era irregular, más estrecho cuando el foso coincidía con los baluartes. No tuvo el lecho regular que vemos ahora hasta principios del siglo XX, coincidiendo con el derribo de las murallas. De todos modos, en 1962, el agua de sa Riera subió hasta el límite de su canalización. La existencia de la Falca Verda, como espacio abierto, juega a favor de la ciudad en caso de inundación de este torrente».

En cualquier caso, los autores destacan que «realmente, Palma sólo ha sido segura entre 1850 y 1900. Desde esta última fecha, ha habido un aumento del riesgo sin conciencia del peligro, agravado por la falsa seguridad que da la ausencia de riadas extremas. El crecimiento urbano ha cubierto torrentes y se ha edificado sobre zonas inundables, y, en lo que eran cursos abiertos, se da salida al agua mediante tuberías de pluviales, en algunos casos ridículas y con secciones insuficientes e irregulares. En el siglo XX se han produjeron dos grandes advertencias: el 29 de septiembre de 1934, con sa Riera a punto de desbordarse; y el 25 de septiembre de 1962, ya mencionada, con tramos reventados de un recién construido Passeig Marítim por el Torrent de Sant Magí, graves daños en el Club Nàutic y el Torrent Gros desbordando el Pont d’Inca. Todos los vehículos de la calle Monseñor Palmer fueron arrastrados».

Los autores lamentan que «Palma ha perdido resiliencia, memoria, adaptación y conciencia, y, muy preocupante, ha perdido el miedo y el respeto. En el riesgo, a la ocupación urbana de tramos fluviales se añaden estructuras muy sensibles como pasos y parkings subterráneos. Con la motorización de nuestras calles, en una inundación los vehículos se convierten en barcas a la deriva, a merced de la fuerza del agua. En pleno siglo XXI, se ha construido el Parc de Bombers de Palma junto al Torrent de Bàrbara. En definitiva, Palma no está preparada para una gran inundación».

El apunte

Una cultura del riesgo como la de los terremotos en Japón

Grimalt, Bauzà y Rosselló subrayan que «no se enseña cultura del riesgo en las escuelas ni se tiene en cuenta en la planificación urbana, viviendo en una isla mediterránea expuesta a estos episodios. Tendría que haber una cultura del riesgo de inundaciones como la de terremotos en Japón. No hay ningún habitante de Palma menor de 61 años que haya vivido una gran torrentada. Como se dice, el agua acaba reclamando lo que es suyo y no somos conscientes del riesgo».