Heriberto Quiñones

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Diciembre de 1930. Un hombre llamado Yefim Granowdiski entra en España sin ningún tipo de documentación. La Hoja del Lunes de Barcelona publicaría un breve sobre la llegada de este misterioso hombre que organizaría el Partido Comunista en Mallorca, Valencia y Asturias y que sería su máximo responsable tras la Guerra Civil, antes de ser ejecutado por los franquistas en 1942. Durante su estancia en Mallorca conoció, se casó y tuvo una hija con la sindicalista Aurora Picornell, asesinada en 1937.

Agente de la Internacional Comunista, conocida por su abreviatura en ruso Komintern, Granowdiski consiguió una partida de nacimiento falsa con la que pasó a llamarse Heriberto Quiñones, gijonés nacido en 1907. Hablaba castellano con palabras asturianas, lo que daba mayor credibilidad a su nueva identidad, pero también sabía adaptar su catalán a las modalidades valenciana y mallorquina. Esta facilidad para los idiomas es propia de los nacidos en territorios fronterizos, pues la procedencia de Granowdiski, de origen judío, se sitúa a orillas del Mar Negro, donde debía de haber sefardíes que conservaban el judeoespañol. En España usó otros nombres, como José Cavanna y Vicente Moragues, pero Heriberto Quiñones fue el que más empleó.

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La veterana periodista Carmen Ordóñez reconstruye la vida oculta de este «agitador profesional de la revolución» en su crónica novelada Heriberto Quiñones y veintiuno más (La Linterna Sorda), que el viernes presenta a las 19 horas en la Llibreria Drac Màgic de Palma.

«Di con su historia durante la pandemia, cuando estuve viviendo en Menorca, y luego leí el libro del historiador David Ginard, que es el referente en el estudio de Quiñones y Picornell», cuenta la periodista. «Cuando volví a Madrid pude leer el sumario de Quiñones, algo que recomendaría que hagan todos los españoles porque me quedé alucinada. Los primeros años de posguerra fueron brutales. Hasta hace nada he vivido 40 años sin saber que delante de casa estuvo lo que fue la cárcel de Porlier, donde recluían a la mayoría de implicados en la resistencia antifascista», explica la autora.

Quiñones pasó entre rejas la mayor parte de sus años en España, y Ordóñez, que ha reconstruido su vida a través de testimonios que le conocieron, se atreve a decir que su estancia en Mallorca fue su «única época feliz». Al contrario de Picornell, que posiblemente era la única que sabía toda la verdad, Quiñones retrasó su muerte unos años porque el día del golpe de Estado de 1936 estaba en Madrid. Cuando la República fue vencida tuvo la posibilidad de huir a Moscú, pero, como señala Ordóñez, se negó. «Cuando llegó aquí era estalinista, pero el pacto de no agresión entre Hitler y Stalin debió de ser un golpe duro, como para muchos otros judíos, como todo lo que fue viendo que hacían los soviéticos en España», dice la periodista. Quiñones fue delatado por un compañero que sacó provecho, acabó tetrapléjico tras las fuertes torturas y tuvo que ser ejecutado en una silla.