El escritor Pablo d'Ors. | Amaya Aznar

TW
6

A pesar del éxito mundial de Biografía del silencio, el reputado escritor, sacerdote y maestro espiritual Pablo d’Ors (Madrid, 1963) tiene la sensación de que hay demasiado ruido en el mundo. Ahora ha ido un paso más allá con su nuevo libro Los contemplativos, que aborda las grandes cuestiones del autoconocimiento y profundiza en uno mismo. Espai Buit trae al autor a Mallorca para participar en un encuentro con la neurocientífica Nazareth Castellanos mañana, día 10, en el Palau de Congresos, para abordar la Espiritualidad y ciencia de la contemplación.

Por qué quiso remarcar a los lectores que Los contemplativos puede tener tres lecturas: entretenimiento, literatura o novela y crecimiento personal?
La literatura contemporánea, o al menos la narrativa, que es lo que conozco mejor, ha perdido el norte: ya no se busca la belleza, sino sólo la expresividad; ya no se busca la verdad, sino sólo la interpretación, y eso en el mejor de los casos. Con mi libro Los contemplativos quiero transmitir un mensaje de carácter literario sobre la condición humana. Lo que digo, por resumir mucho, es que podemos crecer: que la vida puede ser un camino hacia la plenitud, no hacia la decadencia, el declive o la decrepitud. Deseo transmitir esperanza, porque esperanza es sustancialmente lo que hay. Por eso hablo de tres lecturas posibles, para acompañar la comprensión de estos relatos, aparentemente sencillos.

El José Mercandino, en uno de sus capítulos, hace lo contrario a la mayoría de personas ante un problema, que es huir. ¿Cómo actúa el ego en nuestra vida?
Como enemigo, el ego es un tirano; pero como colaborador, puede ser un excelente sirviente. El ego es necesario, pero no debe llevar las riendas de nuestra vida, o pagaremos un precio muy caro. El ego actúa prescindiendo de todo lo demás. El yo profundo, en cambio, contando con todos y con todo. No se trata de no autoafirmarse, sino de autoafirmarse frente a todos, como hace el ego, o con todo, como hace el yo profundo.

La obra ‘Siddharta’, de Hermann Hesse, viene a decirnos que el ser humano cabalga entre la sabiduría y la ignorancia. ¿Se puede ser ignorante y sabio a la vez?
No. O eres sabio o ignorante. Primero somos inocentes, como los animales; luego ignorantes, esa es la condición de la cultura; y, finalmente, si todo va sobre ruedas, sabios. La sabiduría es el despertar de la ignorancia, y eso supone una profunda comprensión espiritual, lo que se verifica en paz interior.

Sabio es el que despierta e ignorante el que duerme.
Sabio es quien ha comprendido su destino y su misión y las vive. El destino es lo que hemos venido a aprender a este mundo. La misión es lo que hemos venido a dar a este mundo. A mayor misión, menos destino. Nadie debe utilizar a los demás. En la sabiduría, la iluminación es, hoy –lo confieso–, mi único propósito. Todo lo demás lo estimo secundario y accidental.

¿Qué aporta la meditación a la ignorancia y a la sabiduría?
Aporta muchísimo. La meditación es el método más directo, también el más salvaje, para el autoconocimiento. Y si no nos conocemos, no podemos amarnos; y si no nos amamos, no amamos a los demás, puesto que nadie puede dar lo que no tiene. Y si no amamos a los demás, no nos enteramos de qué va la vida. Todos hacemos siempre todo lo mejor que podemos, lo que no quita que en el futuro podamos, probablemente, hacerlo bastante mejor.

¿Cómo podemos tener un mundo contemplativo con tantos estímulos a nuestro alrededor?
No te preocupes por el mundo, tienes bastante con preocuparte por ti. Sé contemplativa tú y el mundo empezará a ser contemplativo. Todo empieza, y a menudo termina, con uno mismo.

Hay personas que, sin creer en Dios, buscan en sus meditaciones la respuesta a la vida. ¿Hay respuestas sin fe?
No. Todos tenemos fe en algo: en Dios, en el dinero, en el Universo, en el arte, en la comida, en el sexo, en la madre que me parió… La fe es sustancialmente confianza, y sin confianza nadie haría nada en absoluto. Dios es sólo un nombre para el misterio de la luz y del amor. Confiar en la luz y el amor hace a las personas más felices que no hacerlo. Parece más sensato, desde el punto de vista de la salud, confiar en el sentido que en el absurdo. Los agnósticos y los creyentes están, probablemente, más cerca unos de otros de lo que piensan. Pero, ¿quiénes vibran más alto? ¿Quiénes, entre los dos, tienen más energía vital? Un poco de ciencia aleja de la fe, decía Einstein; pero mucha ciencia ayuda a creer.

Usted dijo que la misa dominical tiene hoy los días contados y que debemos reinventarnos.
La misa es el rito de la entrega que genera comunión, y eso es una maravilla. Necesitamos de ritos, para gestualizar aquello en lo que nos sostenemos. Necesitamos recordarnos que entregarnos es fecundo, que merece la pena. Necesitamos estar unidos, porque eso nos hace bien. Y eso es lo que simboliza, desde hace dos milenios, la santa misa, en la que creo profundamente. Otra cosa es la caricatura en la que a menudo ha degenerado. Esa caricatura tiene, ciertamente, y por fortuna, los días contados.

Hay una frase en ‘Los contemplativos’ que dice: la literatura es siempre un milagro cuando se vive como una religión. Si volviera a nacer, ¿contemplaría la vida como misionero claretiano?
Yo fui misionero claretiano durante quince años, y estoy muy contento de esa etapa de mi vida, ya muy lejana. No soy claretiano institucionalmente, pues ese no era mi camino, pero sí espiritualmente, pues me dedico, como ellos, al ministerio itinerante -escrito y hablado- de la Palabra. Una buena parte de lo que soy se lo debo a ellos. Otra buena parte a mi familia de sangre. Pero lo más importante que hay en mí no se lo debo ni a mi familia de sangre ni a la familia espiritual claretiana, sino a mis maestros espirituales.

¿Cree que en estos tiempos suspendemos en la búsqueda del silencio interno?
Es evidente que sí, aunque cada vez menos. No nos han enseñando. No sabemos cómo escuchar y nos cuesta callar. Pero estamos entrando en un nuevo paradigma de la realidad, el de la interioridad, y en pocas décadas la formación del individuo habrá cambiado por completo. El silencio es tan necesario o más que la palabra y la imagen. Nos encaminamos a una era mística, como demuestra que va creciendo la conciencia global e integral.

¿Falta rigor a la hora de autoconocernos?
¿Rigor? Falta eso y casi todo. El foco en la educación y en la enseñanza no ha estado puesto en el autoconocimiento, sino en el conocimiento del mundo; pero eso es, precisamente, lo que va a cambiar. Porque nos estamos empezando a dar cuenta que el problema sustancial no está fuera, sino dentro, y que colocando bien lo de dentro, lo de fuera se coloca bien por sí mismo. Tengo una gran esperanza en la humanidad por la sencilla razón de que tengo una gran esperanza en mí mismo.