Vivien, en Palma. | miquel angel canellas

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Vivien Schmidt, de 28 años, tenía tan solo siete cuando le planteó a su madre apadrinar un niño de África. Aunque en ese momento no tenían los recursos suficientes para hacerlo, la solidaridad le ha acompañado durante los años siguientes, hasta que ella empezó a trabajar y ahorrar dinero.

Así que pensó «¿por qué no?». Y lo hizo. Hace tan solo dos años que Vivien, de origen alemán pero afincada en Mallorca desde hace ocho años, empezó a buscar organizaciones y fundaciones para destinar parte de su dinero a los niños más necesitados. Conoció la organización alemana Better Me y su proyecto de financiar a una fundación keniana fundada por una anciana que ayuda a más de 300 niños en su educación y vida en la localidad de Kisumo (Nyanza).

Vivien apadrinó a Vivian, de seis años, y a Audrey, de ocho. «Lo que más me gustó de la organización fue el contacto directo con el coordinador. Incluso hacía videollamadas con los niños para conocerlos», relata. Sin embargo, algo le empezó a remover y cada vez estaba más en contacto con todos ellos, hasta que le propusieron ir hasta la localidad keniana y conocer a los pequeños y el proyecto. «No lo dudé. En ese momento tenía un buen trabajo pero no me llenaba tanto para no dejarlo. El año pasado en noviembre volé hasta Kenia y de lo que en un principio iban a ser tres meses de voluntariado, estuve medio año».

Allí empezó varios proyectos con niños y familias desfavorecidas, pero sin duda uno le llamaría más la atención que el resto. Conoció a 11 estudiantes en su última etapa de secundaria.
«Les dábamos una tarde a la semana charlas sobre herramientas de crecimiento, sobre la vida y temas morales o de disciplina. Estos once jóvenes, en concreto, me comentaron que necesitaban apoyo económico para la matrícula de su último año de colegio. En esta población, es común encontrar casos de sida, de familias desestructuradas y vulnerabilidad», expresa Vivien. Tras su regreso el pasado mes de abril a la Isla, siguió ayudando a los jóvenes con su dinero, a pagar facturas y organizó a distancia sesiones de tutorías.

«Impacto real»
Vivien Schmidt ya prepara su próximo viaje al poblado keniano. Será en noviembre y de momento «no sé cuánto tiempo me quedaré», pero tiene claro una cosa: «Quiero conseguir un impacto real con estos 11 jóvenes.

Este impacto real del que habla no solo consiste en «pagar sus matrículas», sino en «tener dinero para seguir pagándoles los estudios, formación profesional o universidad», explica. En este sentido, creen en una visión «más amplia y holística» que lo que hacen las fundaciones. «No basta con decir que con este dinero se ha ayudado a mil niños. No es real porque luego no hay seguimiento. Hay que seguir con la ayuda y conocer la historia o familia de cada uno. El objetivo es que si consiguen estudiar, tendrán trabajo. Si no estudian más, no avanzarán, no saldrán del círculo vicios y sus hijos repetirán la historia».

De hecho, relata que una de los once jóvenes dio a luz hace un año y medio, cuando tan solo tenía 16 años. Sabe, además, que en su familia son varios hermanos, y ahora un bebé, con lo que los recursos son limitados. «Me contó que faltaba a las clases para poder trabajar limpiando en casas para alimentar a su bebé. Esta es la realidad, y ella tiene que poder estudiar después de secundaria para tener oportunidades», añade Vivien.

Vivien, actualmente trabaja de forma temporal en Palma como animadora en un hotel. Esto le facilita poder ahorrar una temporada y marchar, al menos, seis meses fuera. Sus ahorros van para los jóvenes, tiene claro que quiere ayudar pero está limitada. En una campaña en Gofund ha puesto un límite de 1.500 euros para subvencionar lo necesario para los 11 jóvenes a fin de que terminen la secundaria y puedan, luego, seguir estudiando. De momento, ha conseguido más de 800 euros y espera en un futuro crecer más su proyecto «para ayudar a muchos más kenianos en su formación».