Los trabajadores de Emaya retiraron toneladas de residuos generados en el 'botellón' del Passeig Marítim. Foto: JAUME MOREY

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La Nochebuena de anteanoche cumplió con la expectativas y en según qué lugares batió récords.
Pero lo más positivo de todo puede que fuera que la gente que salió lo hizo con la sana intención de divertirse, de pasárselo bien con los amigos y, a ser posible, de acabar la noche más claro que espeso.

Al igual que en otras Nochebuenas, el telón de la noche se alzó a medianoche, después de la cena, muchas de ellas celebradas en casa por aquello de ser una de las noches más familiares del año. Y cayó a plena luz del día, ya que los más recalcitrantes se fueron a dormir pasadas las once de la mañana, puede que algunos más tarde. La explanada de Can Barbará, frente a los establecimientos de ocio, algo concurrida a esas horas así nos lo hizo pensar. Pero, ya decimos, lo más positivo de todo es que no hubo noticias malas que contar, nos referimos a atropellos, peleas y tanganas. Al menos por donde nosotros anduvimos. La gente, de buen rollo, lo que quería era divertirse. Tal vez el denominador común en el Paseo Marítimo en cuanto a movilidad fuera, por una parte, el exceso de tráfico y, por otra, la imposibilidad de encontrar un hueco donde meter el coche, pues los huecos ya habían sido tomados horas antes, pero en una noche como ésa ya se sabe: si bebes, no conduzcas, y si sales, tampoco. Mejor píllate un taxi -que ésa es otra aventura- o móntatelo no muy lejos de donde vives para que puedas ir, y volver, andando. ¿Precios? Pese a la crisis, en Nochebuena uno puede permitirse pagar algo más que otras noches del año, porque si no, se queda en casa viendo la tele. Así que digamos que los precios estuvieron al alcance de todos: Cervezas a seis euros, cubatas a diez, discotecas entre quince y dieciocho... No estuvo mal, no, ya que por cuarenta o cincuenta euros uno se fue a casa más que servido. Porque para muchos la noche no acabó ahí, en el bar, la discoteca o sobre la acera del Paseo Marítimo dándole que te pego al botellón, sino que lo pudo hacer muy bien en cualquier bar de la Plaza de España, o del barrio de uno, de regreso a casa, tomándose las ensaimadas con chocolate, que es otra de las tradiciones de una noche como la que estaba a punto de finalizar. Seguramente ahí, unos se reencontraron con otros, con los que habían coincidido a lo largo de la noche, contándose cómo les había ido o a quién había visto, o si no con los que acaban de levantarse para irse al trabajo, a hacer footing. O si no, para empezar al disfrutar el día. Porque de todo hay en un amanecer como el de anteayer
En cambio, lo que sí puede que fuera diferente a otras Nochebuenas fue el botellón. Y es que el de anteanoche se salió. En todo sus aspectos. Pero sobre todo en gente y en suciedad. De madrugada, aquel escenario repleto de botellas, papeles y desorden por doquier, era indescriptible. Caminar por aquel lugar era poco menos que una aventura ¿Cómo es posible que la gente beba tanto, ensucie tanto y luego deje los desperdicios sobre la acera? Esta vez el botellón había convertido el paisaje en irreal: aquella imagen de la chica elegantemente vestida, pero rodeada de basuras por todas partes, tratando de buscar una salida, parecía extraída de una peli sobre una ciudad en la que había ocurrido un cataclismo. ¿Que no me creen...? Miren las fotos. O si no, pregúntenle a los operarios de Emaya. Seguro que recordarán durante muchos años el botellón de esta Nochebuena, sobre todo por lo que trabajaron y por el agua que gastaron. Pero por lo demás, muy bien. ¿La Nochevieja...? Será dentro de una semana. Una noche que muy poco tendrá que ver con la de anteanoche. Es más pagana, menos familiar. Es la noche que en que acaba un año y comienza otro. Es la noche de esperanza, buenos deseos, uvas y campanadas.