Reina, habitante del sótano de las infraviviendas, muestra una fosa por la que se cuelan centenares de cucarachas. | Pilar Pellicer

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Mallorca está en el ojo del huracán inmobiliario y Palma es la zona cero. El éxito tiene su cara oculta y los problemas para encontrar una vivienda asequible se expanden como una metástasis que afecta a todos los rincones y cada vez a más capas de población que no tienen dónde ir. Ahora, la televisión alemana Deustche Welle ha desembarcado en Palma para conocer los efectos en la población local del boom inmobiliario que atrae a miles de extranjeros con alto poder adquisitivo a Ciutat, además de cruceristas y demás turistas.

«Es algo que la gente de los países del norte necesita entender mejor», dice Jan-Philipp Scholz, periodista freelance y reportero de televisión alemán que esta semana ha estado en Palma para conocer la cara B del fulgor turístico e inmobiliario. Tablas no le faltan: ha sido reportero de guerra en Israel, Somalia, Nigeria, Mali o en la guerra de Ucrania durante cinco meses.

Las protestas en Canarias y Cantabria contra la especulacón inmobiliaria y la saturación urbanística han puesto ahora el foco en Mallorca y los germanos están atentos a lo que pasará en la Isla, con la que sienten un vínculo muy especial. La primera parada son las infraviviendas de la calle Joan Miró, propiedad del policía local que contaba con 73 cuartos reconvertidos en pequeños e insalubres domicilios. Allí ejerce de guía José Soriano, representante de los sufridos inquilinos.

El sótano es un laberinto alicatado con baldosas de origen dispar. A medida que la cámara se introduce en el interior, esta catacumba habitacional carece de luz natural y mucho menos de aire fresco. El olor a humedad satura las fosas nasales. En la puerta está Reina, que esta semana ha conseguido sortear un desahucio por supuesto impago. «Pago 400 euros y de luz, lo que el dueño considera. No hay factura, pero a veces he tenido que pagar 150 euros», dice la inquilina.

La cámara de la televisión alemana ilumina los techos con manchas negras de moho y cucarachas que se pasean orgullosas por las paredes. Christopher Nathaniel cuenta con uno de los cuartos más recónditos del laberinto y enseña lo que se esconde bajo su cama: una fosa séptica. «Huele tan mal que no nos dimos cuenta de que el vecino de al lado llevaba ocho días muerto». Christopher es el ejemplo de las dos ‘Palmas’. Trabaja en un buen restaurante de Santa Catalina, atiborrado de extranjeros de alto poder adquisitivo que disfrutan de sus vacaciones. Por la noche, vuelve a su agujero, por el que llega a pagar 600 euros. Pese a la fosa séptica.

«Soy estudiante de Medicina y cada mes destino 700 euros a mis estudios», dice enseñando sus títulos sanitarios y los libros que advierten del peligro para la salud de los espacios oscuros, sin ventilación. Un espectáculo dickensiano en una ciudad que bulle de actividad. Tras las 34 puertas que esconden diminutos habitáculos se esconden más de 60 personas con trabajo en sectores fundamentales como la hostelería, la construcción o el cuidado de personas mayores. Y entre los habitantes hay una docena de niños.

«El problema de la vivienda lo vemos en todos los rincones de Europa», cuenta Scholz, que advierte que «todo lo que pasa en Mallorca llega a Alemania. Sabemos que aquí la situación esta muy mal por la inflación y los precios de la vivienda, que también estamos experimentando en Alemania», aunque reconoce que «el problema de Mallorca ya es otro nivel. Es un escándalo. Para Palma es terrible que los niños tengan que vivir así, rodeados de heces y hongos. No es apto para ningún ser humano», dice Scholz. La única opción para los habitantes de los sótanos es la calle, el último recurso.

Un capítulo más del drama habitacional de Palma es el asentamiento de caravanas de Son Güells. Después de la visita al sótano de Joan Miró, es un paraíso al aire libre. Allí están Javier, Diego y su hija Flora. Con 26 años, la joven vive en su propia caravana al lado de la de su padre, que trabaja de chófer de autobuses turísticos. «Trabajo como animadora en un hotel y no quiero compartir piso. Estoy ahorrando para comprar una vivienda», dice Flora, que como para todos los de su generación, independizarse en un piso es un sueño imposible. Los habitantes de las caravanas, todos con trabajo, afirman que «vemos gente que vive en trasteros o camas que se alquilan por 800 euros en Cotlliure». El sueño turístico del norte de Europa es una pesadilla para el insular.