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La detención del 'número 1' de la banda terrorista ETA, Javier López Peña, alias 'Thierry', es una magnífica noticia. La eficacia en la colaboración conjunta de las policías francesa y española se pone de manifiesto con resultados como los cosechados en la operación de Burdeos, donde junto al jefe político y militar de la organización asesina vasca también ha caído un puñado de sus dirigentes. Un éxito sin paliativos.

No es la primera ocasión que ETA recibe golpes contundentes por parte de la policía. Bidart o Sokoa, por citar dos ejemplos, fueron intervenciones en las que todo indicaba que los etarras habían quedado al borde del abismo y que no había otra salida que el abandono de las armas. Por desgracia, hasta el momento, no ha sido así. ETA, es cierto que cada vez con más dificultades, siempre ha logrado remontar las crisis y tras un período de reestructuración organizativa retoma la senda del asesinato, la amenaza y la extorsión; vía en la que figuran más de un millar de víctimas.

Hacía días que de manera más o menos velada había trascendido la inminencia de una acción policial contra ETA al máximo nivel, lo cierto es que ha coincidido en el tiempo con la visita que el lehendakari vasco, Juan José Ibarretxe, realizó al presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, para forzar una autorización a sus planes soberanistas. Ninguno de los dirigentes varió un ápice sus posturas iniciales.

Al margen de las consecuencias judiciales y operativas contra la dirección de ETA, la intervención en Burdeos es probable que, también, tenga consecuencias políticas en el País Vasco, cuyo escenario "el Plan Ibarretxe encallado y los terroristas descabezados" necesita un reequilibrio refrendado por las urnas; el mejor camino para poner las cosas en su sitio.