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Los ministros de Economía de la Unión Europea (UE) se han apresurado a lanzar un mensaje de tranquilidad después de que el Banco de Inglaterra tuviera que salir en defensa de una de sus instituciones hipotecarias más importantes, el Northern Rock.

Y es que cada día que pasa se aprecia una mayor distancia entre los mensajes de las autoridades económicas y la cruda realidad. De hecho, el banco central británico, hasta hace unos días, había sido uno de los más reacios a la intervención para paliar las consecuencias de la crisis.

Más consecuente parece el secretario del Tesoro de los Estados Unidos, que vaticina que la clarificación de alguna de las ramificaciones derivadas de la crisis financiera será larga y compleja. Y no es el único que mantiene una opinión semejante. Pero la opacidad de los mercados bursátiles y financieros hace que sea más difícil identificar el riesgo.

Por ello, es lógico que se establezcan mecanismos de control y supervisión que sean transparentes y tan globales como lo son los propios mercados.
Lógicamente, las turbulencias afectan también a la economía española, por más que desde la Administración se minimice el efecto de la crisis iniciada en Norteamérica. No debemos olvidar que las entidades financieras nacionales también se ven sometidas, por mor de la situación internacional, a un racionamiento crediticio que se traslada a las empresas y las familias, con las consecuentes derivaciones de este nuevo escenario.

Dadas estas circunstancias, lo lógico y correcto sería que los supervisores financieros verificaran, sin asomo de duda, que las inyecciones de liquidez se están produciendo de forma correcta entre los operadores.