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Tras unos años en los que apenas se recordaba la existencia de una Somalia martirizada por los conflictos internos y la casi tradicional guerra con Etiopía, hoy el país africano recupera protagonismo. Ha sido necesario el interés de Washington para que ello ocurriera. Los Estados Unidos apoyan ahora al Gobierno de Transición somalí y al Gobierno etíope a fin de que expulsen del país a las milicias de la Unión de Tribunales Islámicos, consideradas por los norteamericanos como un tentáculo más de Al Qaeda. Habrá que ver si dicho apoyo es duradero, o bien si forma parte de esa errática política norteamericana tantas veces caracterizada por sustentar un régimen del cual se declara enemigo encarnizado a la vuelta de unos años. Por ejemplo,hay que recordar al respecto la ayuda que recibió Sadam Husein de los norteamericanos cuando vieron en el régimen iraquí una posibilidad de frenar el crecimiento del Irán de Jomeini. O el apoyo que igualmente prestaron al Afganistán de los talibanes cuando el país estaba en la órbita de la Unión Soviética. Desde Washington el panorama internacional se contempla como un simple tablero en el que desplegar un juego de conveniencias. Ahora, tras aquella singular aventura emprendida bajo el mandato de Clinton, toca nuevamente mover la pieza Somalia, un país que vive envuelto en la violencia desde 1991, tras la caída del régimen dictatorial de Siyad Barreh. Entregado a las arbitrariedades de los señores de la guerra y despedazado por los conflictos entre clanes, el pueblo somalí vive abandonado a su suerte en medio de las peores condiciones. Tan sólo la creación de un Gobierno sólido que cuente con el respaldo de la comunidad internacional puede sacarle de la terrible situación en la que vive. Pero son muchos los que dudan que en definitiva ése sea actualmente el auténtico interés de Washington.