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Palma está sucia. La percepción de muchos de los ciudadanos sobre la higiene de nuestra ciudad no es buena. En cuanto a las razones que alegan los residentes, éstas no están exentas de autocrítica, si bien es notoria la crítica generalizada a la gestión municipal en materia de limpieza. ¿Falta de recursos? ¿Falta de voluntad? ¿Incapacidad para organizar y dinamizar mejor los recursos destinados a la limpieza de Palma?

En la actualidad, Emaya cuenta con alrededor de 250 operarios de limpieza, una cifra que parece insuficiente, habida cuenta del espectacular crecimiento demográfico y urbanístico que ha experimentado Palma.

No faltan ciudadanos que se quejan de la actitud del barrendero asignado a su barrio. Opinan que deberían haber más control para lograr que algunos trabajadores se esfuercen algo más en la limpieza de su sector.

Un paseo por nuestra ciudad es suficiente para toparse con la desagradable visión de numerosos excrementos de perro. Pese a que, en teoría, Cort debe multar a quienes no recogen los excrementos de su mascota, en la realidad esa medida ha sido poco efectiva.

Un paseo por el centro de Palma también revela la presencia de marcas de la orina de los canes grabadas en las piedras de marés y restos de chicles o de comida en el suelo, pero son las barriadas más alejadas las que peor imagen ofrecen.

La falta de civismo es la que permite que se acumulen junto a los contenedores de basura televisores, colchones, abrigos, pero es la demora de Emaya la que hace que objetos así permanezcan demasiado tiempo a la vista.

En los contenedores de papel, por ejemplo, reza una nota informativa del Consistorio palmesano: «Cuando esté lleno llame al ...», ¿Qué pasa entonces? ¿Por qué están llenos tan a menudo? ¿Es que los ciudadanos no hacemos bien nuestro trabajo y no llamamos a tiempo a los responsables de Emaya cuando un contenedor está a rebosar? Más allá de la ironía, muchos se preguntan por qué Emaya no pasa a revisar los contenedores.