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Tantos kilómetros para estar en el mismo sitio, es decir, casi como si no hubiéramos salido de Mallorca; de la Platja de Palma, mejor dicho, porque sin contar el periplo por las Canarias, la distancia por vía aérea desde Palma a las islas afortunadas, o de Palma a Barcelona, y de Sevilla a Palma, los más de 3.000 kilómetros recorridos en coche, 2.960 por la Península, como no expertos en la materia, nos ha servido para constatar que lo del turismo, lo del negocio turístico, es un «aparato» homogéneo, que se mueve por la fuerza de lo inmediato, de la cuenta de resultados para cerrar el balance de fin de curso, y empezar el ciclo anual para capear el siguiente, siempre dependiente de factores externos. De Roses a Ayamonte, de Fuerteventura a Tenerife, la historia se repite, sólo con pequeños matices diferenciales. Nada más empezar el reportaje, en la Costa Brava, ya pudimos ver que la monotonía sería la pauta, porque allí escuchamos las mismas quejas, idénticas propuestas, similares planes que los escuchamos en Mallorca desde hace 40 años.

Allí empezamos a ver los mismos errores que se han cometido en Mallorca, tal vez por ser pioneros, que hasta ahora han venido negando, o disimulando, o justificando, los del sector, pero que ahora, cuando el lobo empieza a asomar el rabo, están empezando a asumir como convicción racional propia.

El problema es comparar las Baleares, Mallorca, con los otros destinos de la Península, como conjunto, porque los destinos peninsulares tienen la ventaja territorial que permite largos desplazamientos en coche, sin necesidad de depender de la dictadura de los horarios aéreos o náuticos. Las islas tienen el encanto de lo cercano, el cambio de panorama y la diversidad en muy poco espacio. Pocos lugares como Mallorca ofrece tanta variedad en tan escaso territorio, con el aliciente de que no asusta a nadie un error en la elección de carreteras, cosa más grave en la Península, donde el error puede llevar a recorre cientos de kilómetros de más.

Cabe señalar que el reportaje se centró en las playas multitudinarias, todas impersonales, con algunos detalles diferenciales, como es Peñíscola y su castillo, o Benidorm, con sus rascacielos que forman una gigantesca muralla junto a la playa. No se han citado las calas y otras playas recónditas de la Costa Brava, porque ése no era el objetivo del reportaje. Se trataba de conocer cómo son las otras zonas comparables a las de turismo de masas de Mallorca, y la conclusión es que no hay demasiada diferencia.