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Los acordes de l'Alborada volvieron a alertar al pueblo de Pollença ante la llegada de los moros. Como cada año miles de personas esperaron en la Plaça Major en silencio hasta las cinco de la mañana; momento en que los músicos tocan desde el escenario principal ese himno que todos los pollencins tienen grabado en su ADN. En cuanto acaba la última nota, el público, llegado desde todos los rincones de la Isla, rompe en un apasionado aplauso. Es el momento más importante del año para muchos pollencins, el acto más simbólico de la noche y un punto de inflexión en una velada bulliciosa, bailonga y húmeda. Húmeda de mesclat, del alcohol que cae sobre las cabezas, de la guerra de pistolas de agua cargadas con todo tipo de líquidos y este año, húmeda también por la lluvia que irrumpió en mitad de la noche.

En cualquier caso, la tormenta añadió un dosis más de épica a esta fiesta que continuó con la misma intensidad.

La velada había comenzado a las once de la noche con los conciertos de grupos como Mal Paso, Horris Kamoi o Blue Riff Band, que ofrecían diferentes estilos musicales desde tres lugares céntricos: la Plaça Major, la Plaça Ca les Monnares y la Plaça dels Seglars. Eso sobre el programa. La realidad es que hay fiesta en cada bar, actuaciones en casi cada plaza, miles de personas disfrutando en las calles del centro, que se quedan prácticamente colapsadas. Entre todo el gentío, «Ho gallet» es posiblemente el lugar donde se encuentra el ambiente más pollencí. Allí Martí es el encargado de poner la música antes de que l'Alborada congregue al público en la plaza. Para el que quiera más, hay mucho más. El amanecer está al caer y coge desprevenidos a los que se han quedado en los bares que permanecen abiertos o a aquellos que siguen la melodía de L'Alborada por los principales lugares de Pollença.