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Atrapada en el tiempo, vemos una parte de nuestra ciudad y la fisonomía genuina de los representantes de un anciano oficio, el de limpiabotas, que irremediablemente tendería a desaparecer, aunque hoy en día aún queden unos pocos en Palma. Y es que el trabajo de limpiabotas representa, sin lugar a dudas, a aquel que tiende a agachar las vertebras cervicales ante el señor, ante aquel que por posición económica y social se situaba por encima de él. Quedó el Borne vacante de aspirantes noveles al oficio por falta de demanda y por preferir, los hijos de aquellos limpiabotas de ayer, un oficio de capital asegurado.

El Kamfort ya hacía estragos en toda casa que se preciara de pulcritud y la calma de aquellos tiempos se desvanecía, de manera que ya sólo iban quedando algunos jubilados que disponían de tiempo para ver lustrar su calzado mientras asistían al relato reposado de las «xafarderíes» propias de una ciudad provinciana que empezaba a salir a flote. Cuentan algunas voces que lo primero que hacían los nuevos ricos mallorquines era darse lustre a los zapatos, esperando a ser observados, para lustrar del mismo modo su imágen social y dar pátina a su recién estrenada posición crematística.

Sin importarles estar arrodillados ante quien les pagaba, los limpiabotas arreaban a toda mecha el betún y la gamuza sobre tacones y punteras de zapatos de gentes que apreciaban el simbolismo de tener a alguien a sus pies. Hubo un tiempo en que se les exigía a los limpiabotas un certificado de buena conducta para ejercer su oficio. Ya no era así en los tiempos en que fue tomada esta fotografía, una imágen que nos habla de aquellos días en que el Borne era la noria de la vida palmesana, un salón de reunión con sillones metálicos y plegables.

Aunque en la foto parezca lo contrario, y los limpiabotas se lleven las manos a la cabeza en actitud de espera impaciente, allí hallaban, a lo largo y ancho del paseo, a su numerosa clientela. Salían los clientes de Can Tomeu o La Veda a la calle y llamaban por su nombre de pila a quienes nutrían la piel de su calzado. De manera más discreta lo hacían los elegantes chicos que recorrían el paseo de extremo a extremo, varias veces, fraguando planes de diversión o galanteo.


Eugenia Planas