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Los hechos recientes acontecidos en el Congo "muerte violenta del presidente Laurent Kabila en un intento de golpe militar" se inscriben en la crónica de desatinos de la mayoría de repúblicas africanas desde que pésimamente descolonizadas accedieron a su independencia. Pues sólo la descolonización puede superar la vileza e iniquidad que presidió la colonización. Las potencias administradoras mantuvieron secularmente en la zona una política de expoliación y sucio mercadeo exclusivamente atenta a sus mezquinos intereses, sin importarles jamás «colonizar» en el sentido que el término tiene de civilizar, de aportar cultura y medios capaces de garantizar estabilidad, progreso y una razonable y pacífica convivencia. La historia del Congo, el antiguo Zaire, es la historia de siempre, la de un país grande "seis veces España", rico en recursos, sólo discretamente poblado y taraceado por unas luchas internas derivadas de la división tribal de esa población. Desde hace años, el Congo vive en un estado de guerra civil y a la vez de conflicto en torno a sus fronteras, por la posesión de bienes como los diamantes, el oro, el café o las maderas; son guerras en sordina, que suponen una sangría para la población y un constante factor de inestabilidad social y política que convierte en un objetivo imposible el logro de una normal convivencia. La situación del país hace de él una presa fácil para quienes tienen «proyectos» con respecto al futuro de la zona. Los Estados Unidos que ahora han reconocido desde un cinismo vergonzoso «estar en el limbo» en relación a lo que está ocurriendo, no han ocultado nunca su interés por hacerse con la hegemonía de un país que goza de una posición estratégica. No obstante, no ha hecho lo más mínimo por hacer respetar los sucesivos altos el fuego decretados. Tal vez dejar pudrirse la situación por sí misma y forzar así una supuesta intervención humanitariaque enmascare una intervención militar.