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EFE-CHILE
Augusto Pinochet, que murió este domingo, marcó a fuego e impregnó de temor a dos generaciones de chilenos durante los 17 años que gobernó, tras derrocar hace 33 años al socialista Salvador Allende.

El 11 de septiembre de 1973 Pinochet instaló cruentamente en Chile una dictadura que rompió 150 años de historia democrática y cambió la vida de sus habitantes.

La imagen de La Moneda en llamas, de los estadios convertidos en prisiones y de hogueras alimentadas por miles de libros quedaron para siempre en la retina de los chilenos.

En menos de un mes, todas las instituciones democráticas, que enorgullecían a los chilenos, se extinguieron a fuerza de bandos militares y decretos.

El mismo día del golpe, mientras Salvador Allende moría en La Moneda, los comandantes en jefe se constituyeron como Junta Militar, declararon el país en «guerra interna« y decretaron el estado de sitio, que se prorrogó, salvo breves paréntesis, hasta 1987.

Augusto Pinochet, José Toribio Merino, Gustavo Leigh y César Mendoza asumieron así el poder total ante un país estupefacto, dividido y atemorizado.

Disolvieron el Congreso, proscribieron los partidos políticos y los registros electorales fueron incinerados, controlaron las universidades y la cultura sufrió un violento «apagón«, que se encendería nuevamente, poco a poco, a contrapelo de la represión y la censura.

Pinochet, que se declaró jefe de la Junta, ejerció el poder con mano de hierro hasta 1990, años en los que implantó un modelo neoliberal a ultranza que si bien saneó la economía y acabó con la inflación, dejó más de 5 millones de pobres, según cifras oficiales.