En el Softouch Ayurveda Village, el hotel de lujo en el que he acabado.

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En estos tres meses que llevo viajando por el mundo han sido muchas las situaciones surrealistas propias de película. En ocasiones me he tenido que parar a asimilar todo lo que me estaba sucediendo. Si hace un año me veía estancada y percibía la vida como aburrida y monótona, y a mí como una simple protagonista secundaria de una trama insulsa…ahora mismo estoy en las antípodas, literal y metafóricamente.

Recorrida la zona noroeste de la India, el Rajasthan, tras vivir la fiesta del Holi, al día siguiente Marc, mi compañero de viaje, y yo cogimos dos vuelos y nos plantamos en el sur del país para trabajar llevando las redes sociales de un hotel de lujo en medio de la selva. Eso sí, no sin antes sustos y dramas de por medio. Y es que durante la escala, en el aeropuerto de una ciudad de en medio de la India, me di cuenta de que llevaba en el bolso la marihuana que me regalaron unos documentalistas turcos que conocimos en Jaipur y que no rechacé por cortesía. Ahí se quedó, en el bolso, olvidada y a la espera de que la tirara. A pesar de que pasamos dos controles de seguridad, por suerte nadie se enteró y me libré de explorar las cárceles indias por tráfico de drogas, que, encima, habría sido totalmente sin querer.

Saboreando mi preciada libertad, pasamos de ser mochileros durante los últimos tres meses, viviendo con lo básico y duchándonos solo cuando se podía, a ser los únicos huéspedes de un hotel de lujo de tratamientos ayurvédicos -medicina tradicional y naturista de la India-, durmiendo en una habitación que cuesta más de lo que tenemos en la cuenta del banco. Todo gratis: paseos en kayak, comidas caseras y hasta masajes de cuerpo completo de una hora. Puede que el lector lleve ya varias líneas entre dos ideas: o bien que no se lo crea o que se muera de ganas por saber cómo acabamos aquí con todo gratis. He aquí de lo que va la crónica de esta semana y que resume el hilo conductor de todas las historias: el enorme impacto que tenemos en la vida de las personas que nos rodean. Absolutamente todos. Sin excepción. Y sin ser influencers.

Estando en el norte de la India hace unas semanas, de mochileros sucios, cansados, pero muy contentos, algunos viajeros con los que coincidimos nos recomendaron hacer algún voluntariado en el extranjero, una parada en medio del viaje itinerante, para disfrutar de la vida mínimamente estable por un tiempo, recuperar fuerzas y vivir la experiencia. A raíz de estas charlas, nos guardamos la idea, aplicamos en una página web y los dueños de este hotel en el que estamos nos invitaron a hospedarnos solo a cambio de enseñarles a llevar las redes sociales.

El hotel Softouch Ayurveda Village y sus alrededores.
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Rodeado de catorce hectáreas de selva, un río tropical y árboles de frutas exóticas creciendo por doquier, el hotel es un resort de ensueño, llevado con mucho cariño por sus propietarios, Preethy y Davis, una pareja, ya mayor, y sus dos hijos, naturales de la capital de la región. De jóvenes, la pareja montó un gimnasio en la ciudad. Les funcionó e invirtieron las ganancias comprando todo este terreno del hotel, que antes era campo. Plantaron ellos mismos todos los árboles y plantas, y se llevaron a ‘mister Kerala’ y su familia -un asiduo de su gimnasio, famoso en la ciudad por su estado físico, pero que se había quedado sin trabajo- a que cuidara del terreno a cambio de sueldo y una casa. Aquello marchaba, y hasta tuvieron ganado para rentabilizar la explotación, pero una brutal inundación arrasó con todo en 2018.

Sin rendirse, rehabilitaron el recinto y lo reconvirtieron en un hotel de lujo. Fue tal éxito, que llegaron a abrir en pocos meses varios hoteles en distintos países de Europa. Sin embargo, en lugar de una ola, en 2020 el tsunami del coronavirus volvió a ponerles entre las cuerdas y se vieron obligados, una vez más a dar varios pasos atrás, cerrando todos sus recintos. Han tardado tres años en remontar, pero a finales del pasado año reabrieron las puertas del que fue el germen de los hoteles, este de Kerala.

Toda la plantilla es nueva, una amalgama de personas muy diferentes pero todas con una energía muy positiva y un cariño que se contagia desde los propietarios hasta el último de los trabajadores. Estos días hemos conocido a Anjana, una de las doctoras que organiza los tratamientos naturales para los huéspedes, que se ha animado a aprender a montar en bici, dice, inspirada por mí (sí, a mis 25 años no sé, pero Marc me está enseñando); Anjana y su compañera Laxmi también nos han pedido que las enseñemos a nadar, ya que no muchos aprenden, y menos aún las mujeres. A pesar de que estando un día en el río Anjana casi se nos ahoga, su fuerza de voluntad impresiona e inspira. Nunca deja de intentarlo, aunque ya haya tragado no sé cuántos litros de agua o aún no haya conseguido pedalear en bici sin que Atin, uno de los camareros, la esté sujetando detrás.

Nadando en el río con Anjana y el hijo de 'mister Kerala', que sigue ahí, convertido ya en familia de Preethy y Davis.
A la izquierda, Marc enseñándome a ir en bici, y a la derecha, la doctora Anjana pedaleando en las inmediaciones del hotel, ayudada por Atin, uno de los camareros.

Son pequeños detalles, pero me emociona haberlas inspirado a aprender a nadar y a montar en bici, del mismo modo que todo lo que han conseguido Preethy y Davis, sin rendirse nunca, levantándose tras cada bache. Supongo que si una pizca de mi actual felicidad le llegara a uno de los viajeros que nos recomendaron hacer un voluntariado, también se emocionaría. Con todo esto, a parte de deliciosas comidas o de los increíbles paisajes que me rodean, me quedo con el enorme poder de impacto que tenemos cada uno en las vidas del resto. El que yo me haya animado ahora a montar en bici, ha repercutido en que las dos doctoras también se lo hayan propuesto. Creo que la sociedad es extremadamente contagiosa, y de nosotros, de cada uno de nosotros, depende generar una rueda de buenas o malas acciones, de inspiración o de negatividad. Yo, en lo particular, sigo luchando por hacer en la medida de lo posible y entre mi entorno, un mundo mejor. La pregunta es, ¿y el lector?