Marina J. Ramos en un monte a los pies del Himalaya, cerca de Rishikesh. | Marc Lozano García (@marc_endless)

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Por mucho que tratemos de planificar el futuro y tratar de controlar el rumbo de nuestra vida, los esfuerzos muchas veces son en vano. Un día te despiertas con un trabajo fijo, una pareja estable y ganas de vivir, pero nada quita que en el lapso de dos meses, estés harto del trabajo, lo hayas dejado con tu pareja y no encuentres significado a tu existencia donde estás. Es así. Para bien o para mal, nada puede darse por seguro, cada día que pasa va haciendo sus pequeñas modificaciones en todos los entornos, incluso en nosotros mismos aunque a veces no nos demos cuenta. ¿Acaso tal día como hoy cinco años atrás acompañaban al lector el mismo entorno o las mismas aspiraciones vitales?

El cambio puede asumirse con dolor, más o menos extenso en el tiempo. Hay tiempo de llorar, de escuchar canciones tristes y refugiarse bajo las sábanas, pero tarde o temprano la mejor opción es tomar ese malestar como una oportunidad de cambio. Cada puerta que se cierra es una ventana abierta a algo mejor si nos lo proponemos. Lo sé, suena a frase motivacional barata, pero es la firme constatación que saco tras mi paso por dos ciudades especiales de la India: Rishikesh y Púshkar, dos focos de peregrinación, a medio camino entre lo espiritual y lo hippie.

No voy a vender lo que no es. Son dos ciudades con poca cosa que ver -que no quita que sean preciosas en sí-. No hay oficina turística ni monumentos especiales. Es la gente la que hace de ellas dos lugares sumamente especiales y muy distintos al resto de la India. Ni rastro del caótico tráfico ni de la insistencia de vendedores ambulantes. Aquí en algunos momentos por la calle hay más occidentales, vestidos al estilo tradicional indio, que propios indios. ¿Qué hacen miles de europeos y americanos tan lejos de casa y en pequeñas ciudades indias en medio de la nada? La respuesta: encontrar su camino. Cada uno a su manera.

Rishikesh y el yoga: de los Beattles a Defne

A los pies del Himalaya, cerca de Nepal, se erige Rishikesh, como la capital mundial del yoga. Es conocida en todo el mundo por su especial espiritualidad que, se dice, ayuda a alcanzar una mayor conexión interior. Incluso los Beatles estuvieron aquí tres meses en 1968 con este propósito, que coincidió con su época de mayor producción musical. Ahora, a principios de 2024, a la que nos encontramos en Rishikesh es a Defne, una joven turco-italiana. Con el afán de ahorrar, emigró el año pasado de Italia a Australia para hacer dinero, y lo hizo a base de dos trabajos paralelos con los que en pocos meses recaudó cinco cifras en la cuenta bancaria. Sin embargo, aquello no la llenaba, así que hizo las maletas y ha estado todo un mes reconectando con ella, haciendo yoga en esta ciudad apartada de la India y se ha certificado como profesora en esta disciplina.

Imágenes de Rishikesh.

Encontrándose en la India a los 51 años

Prueba de que el dinero no lo es todo es mi historia personal favorita de esta semana, la de Anne, una fotógrafa belga de 50 años que conocimos en un humilde hostal cerca de Púshkar. Allí en Bélgica tiene marido, dos hijas mayores y una carrera profesional de éxito, pero, a sus 51 años, ha llegado al punto en el que nada de eso le vale.

Desayunando en el patio interior del hostal -regentado por Ahmed y su familia-, con el hijo del dueño revoloteando y pequeños grupos de viajeros internacionales charlando, Anne y yo conectamos. Las dos compartimos la pasión por contar historias, por mostrar la realidad, ella a través de las fotografías y yo mediante el lenguaje, escrito o audiovisual. Ve en mí un reflejo de ella de joven y me aconseja, como si se lo dijera a su yo de hace 30 años: «De joven vas siempre con prisa. Prisa por desarrollar una carrera profesional, por construir una familia, por tener coche, casa, hijos…Pero una vez que lo he tenido todo, con el paso de los años, me he dado cuenta de que necesito ahora otras cosas. Hablo de emociones, que salgan de aquí -dice tocándose la barriga con ímpetu-. Lo material, a largo plazo, es carente de sentido».

Ahora Anne está inmersa en un viaje de seis semanas. Aunque es fotógrafa, no saca la cámara de la maleta. No es momento de hacer fotos. Guarda la concentración y el tiempo que la fotografía le requiere para ella misma y para concentrarse en las experiencias y personas con las que se va topando en el día a día en la India. Y, aunque dinero no le falta para nada, cambia los hoteles cinco estrellas por humildes hostales, en los que la ducha es a base de barreños de agua -con suerte, caliente- y el equipaje cabe a duras penas en la habitación. «Le dije a mi marido que estaba muy perdida, que necesitaba un cambio de aires para encontrar de nuevo el rumbo. Le propuse dos opciones: o nos divorciábamos después de 21 años de matrimonio, o me iba de viaje yo sola un tiempo largo. Me propuso que me fuera y que, a la vuelta, partiríamos dos años a hacer una ruta en moto por América. Acepté el trato. Y no me arrepiento», relata con una sonrisa sincera en el rostro.

Púshkar y el poder del no hacer nada

Si en Rishikesh se cambian los minimarkets indios por restaurantes veggies y escuelas de yoga, y proliferan por las calles jóvenes hippies new age, el pueblo de Púshkar, en la región del Rajastán, es otro foco de peregrinación espiritual, pero para occidentales de perfil distinto: hippies de entre 40 y 70 años, artesanos en busca de inspiración y perroflautas que vienen a pasar el rato y a no hacer nada. Y razón no les falta. Así como Rishikesh invita a hacer yoga, Púshkar atrapa por la vida relajada e su calle principal y su atardecer frente al lago sagrado, donde toda la amalgama de sus gentes se concentra cada tarde, como una gran familia. Se respira paz, tranquilidad y armonía entre las personas.

Plaza central de Púshkar y atardecer en el lago sagrado.

Denis y el monje que lleva 40 años comiendo solo patatas

En Púshkar acabamos yendo un día a un pueblo cercano a visitar a Aloo Baba, el monje de las patatas. Asegura que lleva cuarenta años alimentándose solo a base de patatas. Nos acoge en su ashram - un lugar de meditación y enseñanza hinduista en el que el sabio convive con sus alumnos-, donde viven con él su discípulo, un indio de 38 años que quiere fundar su propia religión, y una persona que a Marc y a mí nos llama muchísimo la atención: un estadounidense de 40 años.

A la izquierda, Aloo Baba, y a la derecha, nosotros en el ashram del monje con una pareja de visitantes y a la derecha del todo, Denis.
Marina J. Ramos y el discípulo del monje de las patatas. Foto: Marc Lozano García (@marc_endless)

Es Denis, un hombre que nos da especial pena. En su trabajo le destinaron a Carolina del Sur, pese a que había vivido toda su vida en Manhattan. Creo que aquello le destrozó y a partir de ahí empezó a caer en picado a nivel emocional hasta el punto de que ha venido a vivir a la India para reencontrarse. Así como tengo esperanzas en Anne, en Denis creo que el hecho de que conviva con dos monjes que fuman hachís más que comen y le hablan de la fuerza del universo, no le va a ayudar. Aunque quién sabe...

Mi experiencia

En cuanto a mí, hace ya dos meses que dejé atrás mi casa, mi trabajo y a mi gente para embarcarme en la aventura de viajar a tiempo completo. Ya nada queda de las incertidumbres previas así como de la red de estabilidad de mi vida en Mallorca. No sé hasta cuándo podré seguir así, tirando de ahorros, ni qué haré a la vuelta, pero es tanto el disfrute de cada día que no me importa. Siento que vivo en una burbuja, en una película de ensueño, en la que cada día es distinto y las experienias -muchas, surrealistas- se acumulan a velocidad vertiginosa.

En mi caso, sentía desde hacía mucho tiempo que la vida que llevaba no era la que quería y tardé por miedo a dar el paso de lanzarme a este (ya adelanto, primer) gran viaje. Dependiendo de lo intensa que sea una persona y del problema a lidiar, dejarlo todo para viajar o simplemente hacer un pequeño tour de algunos días -¿por qué no solo?- ayuda a percibir el próximo paso. Las historias que uno encuentra por el camino inevitablemente facilitan adoptar otra perspectiva y dan ideas de hacia adónde ir después. Yo, por mi parte, sido explorando y viajando hasta que se acaben los ahorros, recolectando pequeñas historias que os contaré la semana que viene en Ultima Hora y cada día en el Instagram de @contextoviajero.