La felicidad no es sinónimo de perfección. | Freepik

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Ser felizmente imperfectos. Este es el reto que nos lanza la coach de Salud, Marga Almarcha. En este sentido, expone que «nos pasamos la vida queriendo ser perfectos, en un afán por querer encajar en algún modelo inventado por una sociedad, cada vez más individualista y competitiva. Esto nos lleva a mirarnos continuamente desde lo correcto o incorrecto, negando partes nuestras por considerarlas imperfectas, cuando en el fondo, esas partes son las que nos van a ayudar a mejorar».

Almarcha señala que «en esa lucha incansable por querer ser 'como deberíamos ser' nos desgastamos a ritmos vertiginosos y nos alejamos irremediablemente de la persona que sí somos». A su modo de ver, «querer ser perfectos nos lleva a un bucle de autoexigencia y perfeccionismo donde no hay cabida para el error por verlo como un fracaso; cuando, en el fondo, aprender de los errores es lo que más crecimiento personal nos puede aportar».

¿A qué nos lleva esa incansable búsqueda de la perfección?

Pregunta por las consecuencias de una búsqueda incansable de la perfección, responde que «a una gran insatisfacción y frustración porque las cosas no van a salir siempre como queramos, habrá algo que se interponga en nuestro camino. Y esto que, puede verse como algo anecdótico, a largo plazo, nos puede mermar nuestro bienestar emocional y nuestra autoestima. Si no valoramos que cada error es una oportunidad para ver qué podemos mejorar de nosotros, perderemos mucho».

Almarcha, defiende que «solo cuando reconocemos el error como un elemento vivo más de nuestra existencia y que va de la mano de nuestra imperfección más humana nos podemos abrir a otras formas de actuar más sostenibles y cuidadas con nosotros mismos. Sin duda, verse imperfecto, reconocer las sombras que remueven, esas que no queremos que aparezcan porque no representan ningún tipo de estereotipo normativo, requiere valentía, honestidad y responsabilidad para hacer los cambios necesarios».

¿Cómo dejar la obsesión por la perfección?

«Lo primero es ver desde qué lugar estoy. Y para ello es necesario preguntarse ¿dónde pongo el foco?» A su entender, es fundamental «ver la imperfección como algo inherente al ser humano, alejándonos de la norma social que nos impone vivir bajo un estereotipo de perfección, que solo nos genera estrés por no estar a la altura en muchas ocasiones».

La coach invita a «cambiar nuestra propia mirada hacia nosotros mismos, aprendiendo a ser más amables en nuestro día a día y ver nuestras debilidades cómo motores de cambio y no como obstáculos». En este punto, explica que «nuestro lenguaje crea nuestra realidad, por lo que es importantísimo cuidar lo que nos decimos cuando algo no nos sale como queremos o como hemos proyectado. Se hace necesario hacer un esfuerzo para dejar a un lado los juicios hacia una mismo, que solo llevan a bloqueos por un diálogo más cuidado y menos exigente».

Resulta vital «estar enfocado en el aprendizaje». Para ello, «tener una mente abierta y flexible te puede ayudar a ver oportunidades y no fracasos en las cosas que te pasen habitualmente». Además, insta a «acoger desde la curiosidad esas partes de ti que te hacen distinto y, a la vez, un ser único, irrepetible y valioso. Aunque no lo creas eso que a lo mejor estás intentando ocultar es justo lo que te hace increíble. Deja que el mundo lo vea, compartiéndolo en la medida en la que quieras ir exponiéndote».

Almarcha concluye que «a vida no nos está pidiendo que seamos perfectos, sino que seamos humanos con esas imperfecciones particulares que nos hacen diferentes y que, al mismo tiempo, tienen un incalculable valor y una enorme belleza, ya que son las mismas que nos hacen únicos. Y aquí, quizá, es donde reside lo realmente importante: nuestra bella autenticidad felizmente imperfecta».